miércoles, 29 de marzo de 2017

A la cama

A la cama, a la cama, 
que hay que descansar. 
A la cama, a la cama, 
a roncar y a soñar. 

Entre la caída de la tarde 

y el día siguiente, 
hay una noche entera
para los niños y niñas durmientes. 

A la cama, a la cama, 
que hay que descansar. 
A la cama, a la cama, 
a roncar y a soñar. 

Los niños y las niñas
sueñan en sus camitas
con montañas de dulces
y otras cosas bonitas. 

A la cama, a la cama, 
que hay que descansar. 
A la cama, a la cama, 
con el abrazo de mamá. 

A la cama, a la cama, 

que hay que descansar. 
A la cama, a la cama
con el beso de papá. 

A la cama, a la cama, 
que hay que descansar. 
A la cama, a la cama 
y mañana a jugar más....
duerme ya.... duerme ya.....
Que te aman tus papás......

La morsa y el Marinero

La morsa Lola lloraba triste
en alra mar al verse tan sola. 
La morsa Lola lloraba triste
al verse sola y en alta mar. 
Y el marinero la consolaba: 
no llores, Lola, no te has de ahogar. 

La morsa Lola había pescado
pero la sardina se había escapado. 
La morsa Lola había pescado
pero el pescado se le escapó. 
Y el marinero la consolaba: 
no llores, Lola, que aqui estoy. 


La morsa Lola quería nadar
pero de las olas tenia miedo. 
La morsa Lola quería nadar
pero le daban miedo las olas. 
Y el marinero la consolaba: 
no llores, Lola, que no estás sola. 




Lucía y la Puerta Verde



 Lucía vivía en una casita normal y corriente, en una calle normal y corriente de un pueblecito normal y corriente.

La casa de Lucía tenía un jardín normal y corriente, con flores normales y corrientes y un caminito normal y corriente.

Pero al fondo del jardín, había un arbol nada corriente: era un enorme roble con una puertecita verde en la parte inferior del tronco, tan pequeña que Lucía podía pasar por ella pero con dificultad.

Solo ella sabía la existencia de esa puerta, pero lo que se ocultaba en el interior...¡eso si que era un verdadero secreto!

Cada tarde, Lucía llamaba a la puerta verde con golpes flojitos. Al tercer golpecito, la puerta se abría y el patriarca de los elfos le daba la bienvenida.

---Pasa a tomar el Té, Lucía --- le decía siempre.

Dentro, un grupo de amigos muy especiales recibía a Lucía con una sonrisa.

Primero veía a Penélope y Casandra, las hadas más dulces y encantadoras del lugar.

Después se encontraba con Basilio y Lisandro, dos duendecillos traviesos que le daban la bienvenida.

Dentro del árbol también vivían los cuenta cuentos, que se sentaban durante horas con Lucía y le narraban maravillosas historias de todas partes del mundo. Y para colmo de la felicidad, el patriarca de los elfos solía hacer para Lucía riquísimos bizcochos con crema y batidos deliciosos.

El mundo oculto tras la puerta verde era maravilloso. Todos los días Lucía salía de allí muy contenta y feliz. En una ocasión, tras haberse comido unos merengues que estaban de rechupete acompañados de una taza de chocolate caliente con el patriarca de los elfos, se fue a jugar con Basilio y Lisandro.

 










Últimamente Lucía se sentía un poco triste porque pronto tendría que ir a la escuela y sólo podría visitar a sus amigos los fines de semana. Ellos la tranquilizaban con la promesa de que no la olvidarían.  Siempre que ella siguiera siendo una amiga fiel, podría visitarlos tan a menudos como pudiera o quisiera.

Ellos le decían: Lucía nosotros te queremos y nos encanta que nos visites y pases tiempo jugando con nosotos. Jamás te olvidaremos aunque tengas que ir a la escuela, después de hacer tus labores, puedes visitarnos y tomar el Té, como siempre. 

Esto tranquilizó mucho a Lucía, que se puso como unas castañuelas cuando la llevaron a ver a los cuenta cuentos, pues de todas las maravillas que se escondían tras la puerta verde, las narraciones eran lo que más le gustaba a Lucía y a los Elfos y a las Hadas.

Los cuentacuentos le hablaban de cómo habían aprendido a cantar a las ballenas y le revelaron dónde se retiraban las estrellas una vez que el sol se alzaba en el cielo.




Pasó el tiempo y Lucía tuvo que regresar a la escuela, para aprender más, para jugar más, para ver a sus otros amigos y amigas....


Gracias a las palabras de las hadas, Lucía no estuvo tan preocupada en su primer día de escuela. De todas formas, podría visitar todas las tardes a sus amigos al salir de clase....así lo hizo durante la primavera, el veranos y el otoño....

Más adelante, cuando llegó el invierno y los días fueron más cortos, sólo iba a verlos los fines de semana, deseando, eso sí, que llegaran pronto las vacaciones para ir todos los días.



Mientras, en la escuela, Lucía  se hizo amiga de una niña llamada Laura. Al principio, sólo le hablaba de su casa y de su familia, pero nunca de sus amigos especiales, esos que ella solía visitar tras la puerta verde.

Pero como ya eran amigas, Lucía le contaba a Laura de las historias que los cuentacuentos le contaban y su amiga -como es usual- comenzó a sentir mucha curiosidad por saber de dónde había oído o conocido tales historias tan asombrosas.

Laura preguntaba cada día más y a Lucía pronto le resultó difícil ocultar el secreto a su amiga. Un día, la niña se rindió y reveló el secreto de sus aventuras tras la puerta verde.

Laura se burló de ella a carcajadas!!! (jajajajajajajaja, eso no es cierto, es inaudito, no hay mundos mágicos----decía), pensaba que Lucía había inventado todo.

Lucía protesto ofendida y dijo: yo no miento, mis padres me enseñaron a no hacerlo y si te lo compartí es porque te considero mi amiga y de confianza, en la magia no hay nada imposible, hay elfos, hay hadas, está el patriarca Elfo...todo es real. 



Pero Laura seguía insistiendo: no amiga, eso es imposible, los elfos y hadas no existen, ni tampoco los duendecillos ni los árboles con puertas verdes que ocultan mundos maravillosos. 



Lucía se ofendió aun más, porque ella mentirosa no es y decidida fue a demostrarle que se equivocaba.


De camino a casa, sin embargo, a Lucía empezaron a asaltarle ciertas dudas. ¿Y si fuera verdad que ella se lo había inventado?  Pero, si sus amigos no existían, ¿cómo era posible que los conociera? 



Laura caminaba junto a Lucía, riéndose aún de ella y de su mundo imposible e inexistente. 



Laura y Lucía llegaron al final del jardín y cuando Lucía se disponía a llamar a la puerta verde, se dio cuenta de que había desaparecido. Miró de nuevo pero... ¡ni rastro de la entrada!


Laura se rió de Lucía y la llamó tonta e infantil por creer en la magia y en los cuentos de hadas y regresó a la escuela. Era tan triste la situación que Lucía decidió no acompañarla de regreso a la escuela e irse a casa.

Su mamá la vio y de tan triste que parecía, pensó que Lucía estaría enferma, la arropó tiernamente en la cama y la consoló mientras lloraba hasta que se quedó dormida.

Entonces durante su sueño, regresaron los elfos, las hadas, los duendes y los cuentacuentos, que se le acercaban y le preguntaban por qué no había ido a verlos más a  menudo. Ella les contó lo sucedido con su amiga y Casandra le dijo: Querida Lucía tú eres muy especial, en todos los sentidos para nosotros. Tú sí crees en la magia y en nosotros y por eso puedes vernos  y visitar nuestro mundo. Por el contrario, nunca nos dejamos ver por aquellas personas que no creen y se burlan de la magia, de nuestra existencia y de nuestros amigos. Si tú tienes fe en la magia y en tus amigos sinceros, nunca dejes de creer, Lucía. 



Lucía se despertó súper contenta y muy feliz, se vistió en un segundo, salió de su casa normal y corriente, siguió la vereda normal y corriente de su jardín normal y corriente hacia el extraordinario árbol... ¡y allí estaba de nuevo la puerta verde!


Como siempre lo hizo, llamó a la puerta suavemente y después del tercer golpecito, como siempre, apareció el patriarca de los Elfos, que le dijo: Querida Lucía, bienvenida.... pasa a tomar un té. 




Colorín colorado....el cuento se ha acabado..... Moraleja moraleja... siempre con fé todo es posible, la magía existe cuando con corazón puro la creas y compartes con los que más te quieren, comparte con tus padres, comparte con tus amigos, comparte con tus hermanos, porque quien comparte magia recibe amistad y amor sinceros. 




Pinocho

En una vieja carpinteria, Geppetto, un hombre ya anciano muy amable se encontraba terminando un  muñeco de madera.  Le arreglaba los ú...