jueves, 21 de septiembre de 2017

¡Viene el Lobo!

Erase una vez un pastorcillo que cuidaba las ovejas de todo el pueblo. Algunos días era agradable permanecer en las colinas y el tiempo pasaba muy de prisa. Otros, el muchacho se aburría; no había nada que hacer salvo mirar cómo pastaban las ovejas de la mañana a la noche.
Un día decidió divertirse y se subió sobre un risco que dominaba el pueblo.
-¡Socorro! -gritó lo más fuerte que pudo- ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Que viene el lobo
Que viene el lobo
En cuanto los del pueblo oyeron los gritos del pastorcillo, salieron de sus casas y subieron corriendo a la colina para ayudarle a ahuyentar al lobo… y lo encontraron desternillándose de risa por la broma que les había gastado. Enfadados, regresaron al pueblo y el chico, todavía riendo, volvió de nuevo a apacentar las ovejas.
Una semana más tarde, el muchacho se aburría de nuevo y subió al risco y gritó:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Otra vez los del pueblo corrieron hasta la colina para ayudarle. De nuevo lo encontraron riéndose de verles tan colorados y se enfadaron mucho, pero lo único que podían hacer era soltarle una regañina.
Tres semanas después el muchacho les gastó exactamente la misma broma, y otra vez un mes después, y de nuevo al cabo de unas pocas semanas.
-¡Socorro! -gritaba- ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Los buenos vecinos siempre se encontraban al pastorcillo riéndose a carcajada limpia por la broma que les había gastado.
Que viene el lobo
Que viene el lobo
Pero… un día de invierno, a la caída de la tarde, mientras el muchacho reunía las ovejas para regresar con ellas a casa, un lobo de verdad se acercó acechando al rebaño.
El pastorcillo se quedó aterrado. El lobo parecía enorme a la luz del crepúsculo y el chico sólo tenía su cayado para defenderse. Corrió hasta el risco y gritó:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Pero nadie en el pueblo salió para ayudar al muchacho, porque nadie cree a un mentiroso, aunque alguna vez diga la verdad.
-Nos ha gastado la misma broma demasiadas veces -dijeron todos- Si hay un lobo esta vez, tendrá que comerse al muchacho.
-Otros decían: ¿por qué no vamos a ayudarlo? puede que esta vez sí sea real...y acudieron en su ayuda. 
Encontraron al pobre pastorcillo debajo de un arbol, asustado y las ovejas todas desperdigadas en el campo, los lobos no habían podido atrapar a una sola y en esta ocasión el dicho dle Pastor sí era real!!!
Desde entonces el Pastorcillo,comprendióla importancia de decir la verdad y no engañar a las personas (ni con cosas importantes ni con cosas habituales), porque eso genera desconfianza y cuando realmente necesitas ayuda, al no haber confianza en tu dicho...nadie, pero nadie,corre a tu auxilio. 
Por eso no seas bromista como el pastorcillo,apégate a la verdad,esa siempre será tu mejor arma y te ayudará cuandomás lo necesites y te permitirá seruna persona confiable con tus padres,vecinos, amigos y familiares. 

Los 3 deseos

Cuando Federico llegó a su casa una noche, malhumorado y refunfuñando como de costumbre, encontró a su mujer sentada en la silla de la cocina con una expresión muy rara. En el regazo tenía una carta arrugada.
Los tres deseos
Los tres deseos
-¿Qué te pasa? -preguntó él de malos modos.
-Entra y cierra la puerta, Federico. No vas a creértelo, pero he recibido una carta de las hadas. ¡Nos han concedido que expresemos tres deseos!
El cogió la carta bruscamente y la leyó despacio.
-Hemos de sacarle a esto el máximo provecho, Magda. No debemos precipitarnos. Tres deseos que pueden hacernos ricos, importantes, famosos. Pero debemos pedir lo que más nos convenga.
Magda se levantó de un salto y dijo:
-Ya tengo hecha una lista.
Los tres deseos
Los tres deseos
Mira: un palacio para mí y una corona de rey para ti. Para mí he pedido belleza, para ti larga vida. Pediremos una reina que nos haga de criada y oro y joyas… ¡He estado tan ocupada haciendo la lista que no me ha dado tiempo de preparar la cena!
Federico exclamó irritado: -¿Cómo? ¿Que no está la cena? ¿Cómo voy a tomar decisiones importantes con el estómago vacío? No creo que sea pedir mucho. ¡Qué gandula eres, Magda! ¡Ojalá hubiera algo preparado…, aunque fueran unas pocas salchichas!
Se oyó un curioso zumbido, como el batir de alas de hadas y, ¡plop!, sobre el plato de la mesa de la cocina apareció una sarta de salchichas. Federico las observó humeando en el plato y relamió sus labios.
Magda le dio con una hogaza de pan en la cabeza, gritando:
-¡Has desperdiciado un deseo! ¡Qué estúpido eres! Si hay que hacer algo, lo haré yo, qué torpe eres, Federico, me pones mala…
¡Ojalá que esas salchichas te colgaran de la punta de la nariz!
Se oyó un ruidito mágico, como de hadas cantando, y, ¡clac!, las salchichas saltaron del plato y fueron a engancharse a la punta de la nariz de Federico.
Los tres deseos
Los tres deseos
El se quedó mirando y rompió a llorar. Ambos tiraron, tiraron y tiraron de las salchichas, pero fue inútil.
-¡Hay, qué calientes están! -exclamó -¡No te muevas! Las cortaré con un -¡Deja ese cuchillo, mujer! ¡Cómo has podido hacerme esto!
Pero las salchichas estaban firmemente sujetas.
En esto, llamaron a la puerta. Federico y Magda se miraron.
-¡No vayas! ¿Quieres que todos los vecinos sepan que llevas unas salchichas pegadas en la nariz?
-¡Cómo! ¡No voy a pasarme el resto de la vida escondiéndome! ¡Ay!, ahora me doy cuenta de lo afortunado que era antes cuando tenía una nariz normal y corriente. ¡Ojalá no estuviéramos siempre peleando!
-Sí, es verdad, no sabes cuánto lo siento -dijo Magda. -No, no, la culpa no es tuya, querida. Ojalá que las hadas se hubieran guardado sus deseos y todo siguiera como antes.
Los tres deseos
Los tres deseos
-Tienes razón -sollozó Magda. Entonces se oyó un ruidito, como de hadas riéndose, y, ¡blip!, las salchichas se desprendieron de la nariz de Federico.
Federico y Magda se abrazaron, rieron y se pusieron a bailar por la cocina. Y las hadas que estaban en la puerta salieron apresuradamente a echar otra carta al correo.

El zapatero Mágico


El zapatero mágico


Era una de esas bellas tardes de verano cuando una madre le leía a su hijo uno de sus cuentos infantiles preferidos. Mientras ella hacia esto el niño jugaba con una pelota vieja y maltratada, y junto a él había otro niño que tenía una pelota mucho más grande y hermosa. Al ver eso el pequeño le dijo a su madre:
– Mamita mía, yo quiero una pelota tan bella como lo de ese niño.
– Mi amor, ya tú tienes una pelota – respondió la madre un poco triste.
– Lo sé mamá, pero es que mira que bella es, yo quiero una tan linda y grande como esa –dijo el niño tratando de convencer a su mamá.
La madre tratando de convencer a su hijo de que no había necesidad de eso le dijo:
– Pero… con tu pelota puedes jugar al igual que lo hace cualquiera. Que sea nueva no la hace diferente, aquí lo más importante es que tengas amigos para poder jugar con ellos. ¿Te has preguntado por qué, a pesar de que su pelota es nueva y hermosa, el niño juega solo mientras que tú con la vieja y usada juegas con muchos niños?
Al escuchar esas palabras de la madre el niño le dijo:
– Tienes toda la razón mamá.
– Ay mi niño, en la vida no necesitas tener muchas cosas nuevas para ser feliz. Los cuentos infantiles que tanto te gustan lo que nos enseñan es que lo más importante y lo que realmente vale son los sentimientos, los amigos que tengas y que te acompañen en todo momento, – le dijo la madre en un tono muy dulce. De hecho te voy a contar otro cuento que te hará comprender mejor.
el-zapatero-magico
Una vez, en un bosque muy precioso, vivió un zapatero anciano. El confeccionaba unos zapatos muy lindos y como ayudantes tenía a todos los animalitos del bosque. Ellos le llevaban todos los materiales preciosos que empleaba para hacer los zapatos.

Sus zapatos no solo se caracterizaban por ser muy lindos sino que tenían la propiedad de que si un niño cojo se los ponía, volvía a caminar. Por estas cualidades el anciano era conocido como el zapatero mágico. Muchas se sentían atraídos por el misterio y le preguntaban cómo hacía para lograr esos milagros, pero él no sabía que contestarle.
Una mañana, llegó una carta de palacio a la casa del zapatero. En la misma el Rey le pedía al zapatero que fuese rápidamente a palacio a fabricarle unos zapaticos a su hija, la pequeña princesa, que no podía caminar. El Rey buscaba un milagro pues ya muchos médicos la habían visto y nadie había conseguido ponerla de pie.
El anciano acepto la petición y se trasladó al palacio donde comenzó a confeccionar unos bellos zapaticos a la joven princesa que aún no podía caminar y que nada ni nadie lo había logrado hasta el momento. Los zapatos quedaron bellos, hechos con material que habían sido especialmente traídos por el Rey. Al terminar, rápido corrieron a ponérselos, todos esperaban atentos a que la princesa comenzara a caminar, pero que decepción tan grande, no lo logró.
Con la cabeza baja, regresó a su casa en el bosque, y al llegar se encontró que sus amiguitos los pajaritos le habían llevado unos pétalos rojos muy suaves. En eses momento el zapatero mágico volvió a intentarlo e hizo unos nuevos zapatos para la princesita.
Cuando amaneció el anciano envió los zapatos a palacio con una nota muy tierna que decía:
“Una princesa tan hermosa como tú necesita los zapatos más bellos del mundo, con todo el amor que puedas recibir”.
Días después el zapatero recibió la noticia de que la niña había vuelto a caminar. En agradecimiento a todo el trabajo y al gran milagro que había logrado, el Rey le ofreció todos los materiales y los recursos que necesitara para elaborar sus zapatos.
El anciano no aceptó nada porque ya había tratado con esos materiales una vez, en palacio, y para nada había resultado. Él adoraba seguir trabajando con sus amigos, los animalitos del bosque, además para él no existía mayor regalo y recompensa que aquella de poder ver caminado de nuevo a tantos niños.
Fue así como el Rey se pudo dar cuenta de que la magia no estaba en las herramientas ni en los materiales que empleaba para fabricar sus zapatos, sino en todo el amor que era capaz de brindar y en esa bondad con que hacia los zapatos solo para poder volver a ver a un niño caminar.
¿Qué nos enseña este cuento con moraleja?
La principal moraleja de este cuento es que las cosas no dan la felicidad y que el éxito y la satisfacción personal no está totalmente relacionado con el dinero.
La felicidad no se logra mediante la adquisición de cosas materiales, sino que se obtiene del amor que ofrecemos y que nos es ofrecido. Una cosa, por ser más bonita y más nueva, no tiene porque tener más valor para nosotros: lo que realmente importa son los sentimientos, la amistad, la familia y la bondad. ¡Recuerda que muchas de las mejores cosas de la vida son gratis!

Pinocho

En una vieja carpinteria, Geppetto, un hombre ya anciano muy amable se encontraba terminando un  muñeco de madera.  Le arreglaba los ú...