miércoles, 31 de mayo de 2017

El flautista de Hamelín

Había una vez…


…Una pequeña ciudad al norte de Alemania, llamada Hamelin. Su paisaje era placentero y su belleza era exaltada por las riberas de un río ancho y profundo que surcaba por allí. Y sus habitantes se enorgullecían de vivir en un lugar tan apacible y pintoresco.
Pero… un día, la ciudad se vio atacada por una terrible plaga: ¡Hamelin estaba lleno de ratas!
El flautista de Hamelin
El flautista de Hamelin
Había tantas y tantas que se atrevían a desafiar a los perros, perseguían a los gatos, sus enemigos de toda la vida; se subían a las cunas para morder a los niños allí dormidos y hasta robaban enteros los quesos de las despensas para luego comérselos, sin dejar una miguita. ¡Ah!, y además… Metían los hocicos en todas las comidas, husmeaban en los cucharones de los guisos que estaban preparando los cocineros, roían las ropas domingueras de la gente, practicaban agujeros en los costales de harina y en los barriles de sardinas saladas, y hasta pretendían trepas por las anchas faldas de las charlatanas mujeres reunidas en la plaza, ahogando las voces de las pobres asustadas con sus agudos y desafinados chillidos.
¡La vida en Hamelin se estaba tornando insoportable!
…Pero llegó un día en que el pueblo se hartó de esta situación. Y todos, en masa, fueron a congregarse frente al Ayuntamiento.
¡Qué exaltados estaban todos!
No hubo manera de calmar los ánimos de los allí reunidos.
-¡Abajo el alcalde! – gritaban unos.
-¡Ese hombre es un pelele! – decían otros.
-¡Que los del Ayuntamiento nos den una solución! – exigían los de más allá.
Con las mujeres la cosa era peor.
– Pero, ¿qué se creen? – vociferaban -. ¡Busquen el modo de librarnos de la plaga de las ratas! ¡O hallan el remedio de terminar con esta situación o los arrastraremos por las calles! ¡Así lo haremos, como hay Dios!
Al oír tales amenazas, el alcalde y los concejales quedaron consternados y temblando de miedo.
¿Qué hacer?
Una larga hora estuvieron sentados en el salón de la alcaldía discurriendo en la forma de lograr atacar a las ratas. Se sentían tan preocupados, que no encontraban ideas para lograr una buena solución contra la plaga.
Por fin, el alcalde se puso de pie para exclamar:
-¡Lo que yo daría por una buena ratonera!
Apenas se hubo extinguido el eco de la última palabra, cuando todos los reunidos oyeron algo inesperado. En la puerta del Concejo Municipal sonaba un ligero repiqueteo.
-¡Dios nos ampare! – gritó el alcalde, lleno de pánico -. Parece que se oye el roer de una rata. ¿Me habrán oído?
Los ediles no respondieron, pero el repiqueteo siguió oyéndose.
-¡Pase adelante el que llama! – vociferó el alcalde, con voz temblorosa y dominando su terror.
Y entonces entró en la sala el más extraño personaje que se puedan imaginar.
Llevaba una rara capa que le cubría del cuello a los pies y que estaba formada por recuadros negros, rojos y amarillos. Su portador era un hombre alto, delgado y con agudos ojos azules, pequeños como cabezas de alfiler. El pelo le caía lacio y era de un amarillo claro, en contraste con la piel del rostro que aparecía tostada, ennegrecida por las inclemencias del tiempo. Su cara era lisa, sin bigotes ni barbas; sus labios se contraían en una sonrisa que dirigía a unos y otros, como si se hallara entre grandes amigos.
Alcalde y concejales le contemplaron boquiabiertos, pasmados ante su alta figura y cautivados, a la vez, por su estrambótico atractivo.
El desconocido avanzó con gran simpatía y dijo:
– Perdonen, señores, que me haya atrevido a interrumpir su importante reunión, pero es que he venido a ayudarlos. Yo soy capaz, mediante un encanto secreto que poseo, de atraer hacia mi persona a todos los seres que viven bajo el sol. Lo mismo da si se arrastran sobre el suelo que si nadan en el agua, que si vuelan por el aire o corran sobre la tierra. Todos ellos me siguen, como ustedes no pueden imaginárselo.
Principalmente, uso de mi poder mágico con los animales que más daño hacen en los pueblos, ya sean topos o sapos, víboras o lagartijas. Las gentes me conocen como el Flautista Mágico.
En tanto lo escuchaban, el alcalde y los concejales se dieron cuenta que en torno al cuello lucía una corbata roja con rayas amarillas, de la que pendía una flauta.
También observaron que los dedos del extraño visitante se movían inquietos, al compás de sus palabras, como si sintieran impaciencia por alcanzar y tañer el instrumento que colgaba sobre sus raras vestiduras.
El flautista continuó hablando así:
– Tengan en cuenta, sin embargo, que soy hombre pobre. Por eso cobro por mi trabajo. El año pasado libré a los habitantes de una aldea inglesa, de una monstruosa invasión de murciélagos, y a una ciudad asiática le saqué una plaga de mosquitos que los mantenía a todos enloquecidos por las picaduras.
Ahora bien, si los libro de la preocupación que los molesta, ¿me darían un millar de florines?
-¿Un millar de florines? ¡Cincuenta millares!- respondieron a una el asombrado alcalde y el concejo entero.
Poco después bajaba el flautista por la calle principal de Hamelin. Llevaba una fina sonrisa en sus labios, pues estaba seguro del gran poder que dormía en el alma de su mágico instrumento.
De pronto se paró. Tomó la flauta y se puso a soplarla, al mismo tiempo que guiñaba sus ojos de color azul verdoso. Chispeaban como cuando se espolvorea sal sobre una llama.
Arrancó tres vivísimas notas de la flauta.
Al momento se oyó un rumor. Pareció a todas las gentes de Hamelin como si lo hubiese producido todo un ejército que despertase a un tiempo. Luego el murmullo se transformó en ruido y, finalmente, éste creció hasta convertirse en algo estruendoso.
¿Y saben lo que pasaba? Pues que de todas las casas empezaron a salir ratas.
Salían a torrentes. Lo mismo las ratas grandes que los ratones chiquitos; igual los roedores flacuchos que los gordinflones. Padres, madres, tías y primos ratoniles, con sus tiesas colas y sus punzantes bigotes. Familias enteras de tales bichos se lanzaron en pos del flautista, sin reparar en charcos ni hoyos.
Y el flautista seguía tocando sin cesar, mientras recorría calle tras calle. Y en pos iba todo el ejército ratonil danzando sin poder contenerse. Y así bailando, bailando llegaron las ratas al río, en donde fueron cayendo todas, ahogándose por completo.
Sólo una rata logró escapar. Era una rata muy fuerte que nadó contra la corriente y pudo llegar a la otra orilla. Corriendo sin parar fue a llevar la triste nueva de lo sucedido a su país natal, Ratilandia.
Una vez allí contó lo que había sucedido.
– Igual les hubiera sucedido a todas ustedes. En cuanto llegaron a mis oídos las primeras notas de aquella flauta no pude resistir el deseo de seguir su música. Era como si ofreciesen todas las golosinas que encandilan a una rata. Imaginaba tener al alcance todos los mejores bocados; me parecía una voz que me invitaba a comer a dos carrillos, a roer cuanto quería, a pasarme noche y día en eterno banquete, y que me incitaba dulcemente, diciéndome: “¡Anda, atrévete!” Cuando recuperé la noción de la realidad estaba en el río y a punto de ahogarme como las demás.
¡Gracias a mi fortaleza me he salvado!
Esto asustó mucho a las ratas que se apresuraron a esconderse en sus agujeros.
Y, desde luego, no volvieron más a Hamelin.
¡Había que ver a las gentes de Hamelin!
Cuando comprobaron que se habían librado de la plaga que tanto les había molestado, echaron al vuelo las campanas de todas las iglesias, hasta el punto de hacer retemblar los campanarios.
El alcalde, que ya no temía que le arrastraran, parecía un jefe dando órdenes a los vecinos:
-¡Vamos! ¡Busquen palos y ramas! ¡Hurguen en los nidos de las ratas y cierren luego las entradas! ¡Llamen a carpinteros y albañiles y procuren entre todos que no quede el menor rastro de las ratas!
Así estaba hablando el alcalde, muy ufano y satisfecho. Hasta que, de pronto, al volver la cabeza, se encontró cara a cara con el flautista mágico, cuya arrogante y extraña figura se destacaba en la plaza-mercado de Hamelin.
El flautista interrumpió sus órdenes al decirle:
– Creo, señor alcalde, que ha llegado el momento de darme mis mil florines.
¡Mil florines! ¡Qué se pensaba! ¡Mil florines!
El alcalde miró hoscamente al tipo extravagante que se los pedía. Y lo mismo hicieron sus compañeros de corporación, que le habían estado rodeando mientras mandoteaba.
¿Quién pensaba en pagar a semejante vagabundo de la capa coloreada?
-¿Mil florines… ?- dijo el alcalde -. ¿Por qué?
– Por haber ahogado las ratas – respondió el flautista.
-¿Que tú has ahogado las ratas? – exclamó con fingido asombro la primera autoridad de Hamelin, haciendo un guiño a sus concejales -. Ten muy en cuenta que nosotros trabajamos siempre a la orilla del río, y allí hemos visto, con nuestros propios ojos, cómo se ahogaba aquella plaga. Y, según creo, lo que está bien muerto no vuelve a la vida. No vamos a regatearte un trago de vino para celebrar lo ocurrido y también te daremos algún dinero para rellenar tu bolsa. Pero eso de los mil florines, como te puedes figurar, lo dijimos en broma. Además, con la plaga hemos sufrido muchas pérdidas… ¡Mil florines! ¡Vamos, vamos…! Toma cincuenta.
El flautista, a medida que iba escuchando las palabras del alcalde, iba poniendo un rostro muy serio. No le gustaba que lo engañaran con palabras más o menos melosas y menos con que se cambiase el sentido de las cosas.
-¡No diga más tonterías, alcalde! – exclamó -. No me gusta discutir. Hizo un pacto conmigo, ¡cúmplalo!
-¿Yo? ¿Yo, un pacto contigo? – dijo el alcalde, fingiendo sorpresa y actuando sin ningún remordimiento pese a que había engañado y estafado al flautista.
Sus compañeros de corporación declararon también que tal cosa no era cierta.
El flautista advirtió muy serio:
-¡Cuidado! No sigan excitando mi cólera porque darán lugar a que toque mi flauta de modo muy diferente.
Tales palabras enfurecieron al alcalde.
-¿Cómo se entiende? – bramó -. ¿Piensas que voy a tolerar tus amenazas? ¿Que voy a consentir en ser tratado peor que un cocinero? ¿Te olvidas que soy el alcalde de Hamelin? ¿Qué te has creído?
El hombre quería ocultar su falta de formalidad a fuerza de gritos, como siempre ocurre con los que obran de este modo.
Así que siguió vociferando:
-¡A mí no me insulta ningún vago como tú, aunque tenga una flauta mágica y unos ropajes como los que tú luces!
-¡Se arrepentirán!
-¿Aun sigues amenazando, pícaro vagabundo?- aulló el alcalde, mostrando el puño a su interlocutor -. ¡Haz lo que te parezca, y sopla la flauta hasta que revientes!
El flautista dio media vuelta y se marchó de la plaza.
Empezó a andar por una calle abajo y entonces se llevó a los labios la larga y bruñida caña de su instrumento, del que sacó tres notas. Tres notas tan dulces, tan melodiosas, como jamás músico alguno, ni el más hábil, había conseguido hacer sonar.
Eran arrebatadoras, encandilaban al que las oía.
Se despertó un murmullo en Hamelin. Un susurro que pronto pareció un alboroto y que era producido por alegres grupos que se precipitaban hacia el flautista, atropellándose en su apresuramiento.
Numerosos piececitos corrían batiendo el suelo, menudos zuecos repiqueteaban sobre las losas, muchas manitas palmoteaban y el bullicio iba en aumento. Y como pollos en un gran gallinero, cuando ven llegar al que les trae su ración de cebada, así salieron corriendo de casas y palacios, todos los niños, todos los muchachos y las jovencitas que los habitaban, con sus rosadas mejillas y sus rizos de oro, sus chispeantes ojitos y sus dientecitos semejantes a perlas. Iban tropezando y saltando, corriendo gozosamente tras del maravilloso músico, al que acompañaban con su vocerío y sus carcajadas.
El alcalde enmudeció de asombro y los concejales también.
Quedaron inmóviles como tarugos, sin saber qué hacer ante lo que estaban viendo. Es más, se sentían incapaces de dar un solo paso ni de lanzar el menor grito que impidiese aquella escapatoria de los niños.
No se les ocurrió otra cosa que seguir con la mirada, es decir, contemplar con muda estupidez, la gozosa multitud que se iba en pos del flautista.
Sin embargo, el alcalde salió de su pasmo y lo mismo les pasó a los concejales cuando vieron que el mágico músico se internaba por la calle Alta camino del río.
¡Precisamente por la calle donde vivían sus propios hijos e hijas!
Por fortuna, el flautista no parecía querer ahogar a los niños. En vez de ir hacia el río, se encaminó hacia el sur, dirigiendo sus pasos hacia la alta montaña, que se alzaba próxima. Tras él siguió, cada vez más presurosa, la menuda tropa.
Semejante ruta hizo que la esperanza levantara los oprimidos pechos de los padres.
-¡Nunca podrá cruzar esa intrincada cumbre! – se dijeron las personas mayores -.
Además, el cansancio le hará soltar la flauta y nuestros hijos dejarán de seguirlo.
Mas he aquí que, apenas empezó el flautista a subir la falda de la montaña, las tierras se agrietaron y se abrió un ancho y maravilloso portalón. Pareció como si alguna potente y misteriosa mano hubiese excavado repentinamente una enorme gruta.
Por allí penetró el flautista, seguido de la turba de chiquillos. Y así que el último de ellos hubo entrado, la fantástica puerta desapareció en un abrir y cerrar de ojos, quedando la montaña igual que como estaba.
Sólo quedó fuera uno de los niños. Era cojo y no pudo acompañar a los otros en sus bailes y corridas.
A él acudieron el alcalde, los concejales y los vecinos, cuando se les pasó el susto ante lo ocurrido.
Y lo hallaron triste y cariacontecido.
Como le reprocharon que no se sintiera contento por haberse salvado de la suerte de sus compañeros, replicó:
-¿Contento? ¡Al contrario! Me he perdido todas las cosas bonitas con que ahora se estarán recreando. También a mí me las prometió el flautista con su música, si le seguía; pero no pude.
-¿Y qué les prometía? – preguntó su padre, curioso.
– Dijo que nos llevaría a todos a una tierra feliz, cerca de esta ciudad donde abundan los manantiales cristalinos y se multiplican los árboles frutales, donde las flores se colorean con matices más bellos, y todo es extraño y nunca visto. Allí los gorriones brillan con colores más hermosos que los de nuestros pavos reales; los perros corren más que los gamos de por aquí. Y las abejas no tienen aguijón, por lo que no hay miedo que nos hieran al arrebatarles la miel. Hasta los caballos son extraordinarios: nacen con alas de águila.
– Entonces, si tanto te cautivaba, ¿por qué no lo seguiste?
– No pude, por mi pierna enferma- se dolió el niño -. Cesó la música y me quedé inmóvil. Cuando me di cuenta que esto me pasaba, vi que los demás habían desaparecido por la colina, dejándome solo contra mi deseo.
¡Pobre ciudad de Hamelin! ¡Cara pagaba su avaricia!
El alcalde mandó gentes a todas partes con orden de ofrecer al flautista plata y oro con qué rellenar sus bolsillos, a cambio de que volviese trayendo los niños.
Cuando se convencieron de que perdían el tiempo y de que el flautista y los niños habían partido para siempre, ¡cuánto dolor experimentaron las gentes! ¡Cuántas lamentaciones y lágrimas! ¡Y todo por no cumplir con el pacto establecido!
Para que todos recordasen lo sucedido, el lugar donde vieron desaparecer a los niños lo titularon Calle del Flautista Mágico. Además, el alcalde ordenó que todo aquel que se atreviese a tocar en Hamelin una flauta o un tamboril, perdiera su ocupación para siempre. Prohibió, también, a cualquier hostería o mesón que en tal calle se instalase, profanar con fiestas o algazaras la solemnidad del sitio.
Luego fue grabada la historia en una columna y la pintaron también en el gran ventanal de la iglesia para que todo el mundo la conociese y recordasen cómo se habían perdido aquellos niños de Hamelin.

La canción del Jardinero

Mírenme, soy feliz
entre las hojas que cantan,
cuando atraviesa el jardín
el viento en monopatín.

Cuando voy a dormir
cierro los ojos y sueño
con el olor de un país,
florecido para mí.

Yo no soy un bailarín,
porque me gusta quedarme
quieto en la tierra y sentir
que mis pies tienen raíz.

Una vez estudió
en un librito de yuyos
cosas que yo sólo sé
y que nunca olvidaré.

Aprendí que una nuez es
arrugada y viejita, pero
que puede ofrecer mucha,
mucha, mucha miel.


Del jardín soy duende fiel,
cuando una flor está triste
la pinto con un pincel
y le pongo el cascabel.`

Soy guardián y doctor
de una pandilla de flores,
que juegan al dominó
y después les da la tos.

Por aquí anda Dios
con regadera de lluvia,
o disfrazado de Sol,
asomado a su balcón.

Yo no soy un gran señor,
pero en mi cielo de tierra
miro el tesoro mejor,
mucho, mucho, mucho amor.

Lairará, rairará,
Larairarairararairá,

cancion-jardinero

Dónde están las llaves...Matarile - rile - rile - ron

donde-estan-las-llaves



Yo tengo un castillo, matarile-rile-rile, yo tengo un castillo, matarile-rile-ron, pim-pom.

¿Dónde están las llaves? matarile-rile-rile,

¿dónde están las llaves? matarile-rile-ron, pim-pom.

En el fondo del mar, matarile-rile-rile, en el fondo del mar, matarile-rile-ron, pim-pom.

matarile-rile-rile, yo tengo un castillo, matarile-rile-ron, pim-pom.


¿Dónde están las llaves? matarile-rile-rile,

¿dónde están las llaves? matarile-rile-ron, pim-pom.

En el fondo del mar, matarile-rile-rile, en el fondo del mar, matarile-rile-ron, pim-pom.
¿Quién irá a buscarlas? matarile-rile-rile,

¿quién irá a buscarlas? matarile-rile-ron, pim-pom.

Irá Carmencita, matarile-rile-rile, irá Carmencita, matarile-rile-ron, pim-pom.

¿Qué oficio le pondrá? matarile-rile-rile,

¿qué oficio le pondrá?, matarile-rile-ron, pim-pom.

¿quién irá a buscarlas? matarile-rile-ron, pim-pom.

Irá Carmencita, matarile-rile-rile, irá Carmencita, matarile-rile-ron, pim-pom.

¿Qué oficio le pondrá? matarile-rile-rile,

¿qué oficio le pondrá?, matarile-rile-ron, pim-pom.

Le pondremos peinadora matarile-rile-rile, le pondremos peinadora matarile-rile-ron, pim-pom.

Este oficio tiene multa, matarile-rile-rile, este oficio tiene multa, matarile-rile-ron, pim-pom.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Abdula y el genio

Allí donde las arenas doradas del desierto lindan con el profundo mar azul vivía una vez un pobre pescador llamado Abdula. Pasaba horas y horas en la playa echando su red al agua.
La mayor parte de los días tenía suerte y pescaba algo. Pero un día la suerte le volvió la espalda. La primera vez que lanzó su red recogió un paquete de algas verdes y viscosas. La segunda, un montón de fuentes y platos rotos. Y la tercera, una masa de pegajoso limo negro.
Abdula intentó sacar el tapón. Al fin, después de tirar de él durante un rato, lo consiguió y una bocanada de polvo se escapó de la botella. El polvo se convirtió pronto en humo y tomó diversas coloraciones que empezaron a dibujar una forma: primero una cara, después un cuerpo… La figura creció y creció. En pocos segundos un enorme genio se elevó por encima del aterrado pescador.
—¡Al fin libre! -rugió una voz más potente que el trueno-. ¡Libre después de tantos años! ¡Ahora voy a devorarte!
Abdula apretó la cabeza entre sus manos y gritó:
-¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué os he hecho?
-¡Te cortaré en pedacitos! -exclamó el genio, al tiempo que mataba una bandada de pájaros que pasaba volando por encima de su hombro.
-No lo hagáis, Señor Genio -suplicó Abdula. cayendo de rodillas- No quería molestaros. ¡Por favor, no me matéis!
-¡Te haré trocitos y te arrojaré a los peces! -vociferó el genio, que desenfundó una enorme espada curvada con la que rozó la nariz del pescador.
-¡Tened piedad! -lloró Abdula-¿Qué daño os he hecho yo?
El genio de la lampara
El genio de la lampara
-¡Silencio! -tronó el genio. Gritó tan fuerte que el eco de su voz hizo entrar en erupción un volcán cercano-. ¡Cállate y te diré por qué voy a matarte!
Y sin retirar su espada del rostro de Abdula, el genio comenzó su historia…
-El Gran Sultán Soleimán me encerró en esa botella para castigarme por los maleficios que realizaba en su reino. Me comprimió en esa horrible carcel de vidrio como una ballena prensada en un huevo. Luego la arrojó al mar. He permanecido durante siglos en el oscuro fango. Lo único que oía era mi propia respiración. Lo único que sentía eran los latidos de mi corazón. Mi única esperanza era ser pescado y liberado por un pescador.
Durante los primeros mil años grité: ¡Suéltenme! ¡Suéltenme! A quien me haga salir le otorgaré la realización de tres deseos. Pero nadie me oyó y nadie me liberó.
Durante los mil años siguientes grité: ¡Suéltenme! ¡Suéltenme! Quien me haga salir recibirá Arabia entera como recompensa. Pero nadie me oyó y nadie me liberó.
Durante los mil años siguientes quedé quieto y pensé para mis adentros: Si logro salir alguna vez de esta horrible botella, mataré al primer hombre a quien vea. ¡Y después de él a todos los que me encuentre!
-¡Pero el Sultán Soleimán murió hace casi tres mil años! -gritó Abdula.
-¡Exacto! -replicó con brusquedad el genio-. ¿Te sorprende que esté de tan pésimo humor?
Profirió un gran grito y el agua se puso a hervir en torno a sus tobillos. Levantó su gigantesca espada, que centelleó al sol, y cortó una nube en tiras encima de su cabeza. Luego miró hacia abajo para disfrutar por última vez del espectáculo del rostro aterrado del pescador.
Pero Abdula no sólo no estaba asustado sino que permanecía de pie, con los brazos en jarras, la cabeza ladeada y la cara iluminada por una sonrisa.
-Vamos, vamos, genio -dijo tranquilamente- Deja de tomarme el pelo y dime, de verdad, de dónde has salido.
El suelo tembló cuando el genio inspiró profundamente.
-¿Qué? ¡Tú, gusano! ¡Tú, inmundo bicharraco! ¡Prepárate a morir!
-¡Oh, vamos! Tú bromeas. Menudo cuento. Dime la verdad. Yo estaba distraído vaciando esa vieja botella y no te he visto acercarte.
-¿Qué? ¡Tú, hormiga! ¡Tú, tijereta! ¡Yo he salido de esa botella! ¡Y voy a matar a todo el mundo!
Abdula con la lampara
Abdula con la lampara
-Pero amigo mío, amigo mío -suspiró Abdula- Tu madre nunca te enseñó a decir mentiras, sobre todo gordas. Basta ver el tamaño de esa botella y las dimensiones de tu cuerpo: tú has salido de esa botella tanto como yo.
Entonces, Abdula, con grandes aspavientos, hizo como que intentaba meter el pie por el estrecho cuello de la botella.
-¡Tú, cucaracha! Tú… tú…
El labio inferior del genio empezó a temblar.
-¡Te digo que he salido de esa botella!
-¡Puafl -se burló Abdula- Entonces demuéstramelo.
Los pelos del pecho sucio del genio empezaron a erizarse y levantó el puño hacia el cielo con rabia. Luego, tras quedarse unos instantes pensativo, se fundió como un pedazo de mantequilla, en todos los colores del arco iris. Después los colores se diluyeron y un chaparrón de humo y ceniza se desplomó sobre la botellita y se quedó encerrado dentro.
¿Lo ves? -dijo una extraña voz cavernosa desde el interior-¿No te lo había dicho?
Rápido como un relámpago, Abdula sacó el tapón de su bolsillo y lo introdujo en el cuello de la botella. Lo enroscó y lo apretó hasta que quedó bien ajustado.
-¡Eh! ¡Tú, gusano, déjame salir! ¡Déjame salir inmediatamente!
-¡Oh, no!- dijo Abdula con una sonrisa- Ahí te puedes quedar otros mil años si vas a ser tan desagradable.
-¡No! ¡Por favor, no! Te prometo realizar tres de tus deseos si me dejas salir otra vez. ¡Abre esta botella ahora mismo, hormiga!
Abdula tomó impulso y con todas sus fuerzas arrojó la botella al mar tan lejos como pudo.
Genio encerrado en la lampara.
Genio encerrado en la lampara.

-¡Te regalaré Arabia entera! -chilló el genio mientras la botella volaba por los aires.
Hizo “plop” al caer al agua. No se oyó nada más, salvo el ruido de las olas que llegaban suavemente a la orilla.
Más tarde, aquel mismo día, Abdula regresó a la playa y colocó un letrero que decía: “Cuidado con el genio de la botella. No pescar.” Y se fue con su red bajo el brazo a instalarse en otro lugar de la playa.

Caperucita Roja

Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo:“Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”, ah, y no andes curioseando por todo el aposento.”
“No te preocupes, haré bien todo”, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente.
Caperucita Roja
Caperucita Roja
La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él.
“Buenos días, Caperucita Roja,” dijo el lobo. “Buenos días, amable lobo.”
– “¿Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja?”
– “A casa de mi abuelita.”
– “¿Y qué llevas en esa canasta?”
– “Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse.”
– “¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?”
– “Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto,” contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito – y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.” Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: “Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas.”
Caperucita Roja
Caperucita Roja
Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: “Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán.Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta.“¿Quién es?” preguntó la abuelita.
“Caperucita Roja,” contestó el lobo.
“Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor.”
– “Mueve la cerradura y abre tú,” gritó la abuelita, “estoy muy débil y no me puedo levantar.”
El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.
Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma:
El lobo feroz
El lobo feroz
“¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita.” Entonces gritó: “¡Buenos días!”, pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña.
“¡!Oh, abuelita!” dijo, “qué orejas tan grandes que tienes.”
– “Es para oírte mejor, mi niña,” fue la respuesta. “Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes.”
– “Son para verte mejor, querida.”
– “Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes.”
– “Para abrazarte mejor.” – “Y qué boca tan grande que tienes.”
– “Para comerte mejor.” Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.
Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita!Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí.“¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!” dijo él.”¡Hacía tiempo que te buscaba!”
Caperucita con la cesta
Caperucita con la cesta
Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente.
En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: “¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!”, y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quizo correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.
Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó:
“Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”
Y fueron felices y comieron perdices
Y fueron felices y comieron perdices

miércoles, 17 de mayo de 2017

Edelmira, la ranita pequeñita



Edelmira era la ranita más pequeña del estanque. Y estaba harta, harta y enojada de que le dieran órdenes; muy molesta y cansada de tener que jugar sola y muy enojada (en pocas palabras) por ser la más pequeña de todas sus hermanas, pues ninguna de ellas quería jugar con ella (porque era pequeñita). 

-¡No molestes pequeñaja!-, así de feo le decian sus hermanas croandole (qué triste por Edel...y muy mal por sus hermanas, así no se habla ni se les trata a las personas), No puedes jugar con nosotras pequeñaja.....

Así un día y otro también, la ranita Edelmira se quedaba sentada sola mirando cómo las demás juganabn en la charca, felices, sin ella. 

-No hace falta ser una rana grande para poder saltar de aquí para allá....considerando eso....deberían dejarme jugar con ellas y no sóla- pensaba la ranita Edelmira. 

Pero eso no importó para ella...porque una apacible y cálida noche, Edelmira tuvo el valor de volver a preguntar a sus compañeras y hermanas si le permitirían unirse al grupo. 

-Me dejan jugar con Ustedes- suplicó Edelmira.  -yo puedo saltar muy alto-

Las otra ranitas se reian a carcajadas, pero Edelmira insitió:  yo puedo saltar, claro que puedo, insistió Edelmira (puedo saltar hasta por encima de la luna). 

Las otras ranitas se rieron tanto de ella que caspi se caían de las carcajadas que se echaban y se llegaron a caer de las hojas de nenúfar (las hojas de lirio sobre las que estaban sentadas). 

¡Se los voy a demostrar !, dijo Edelmira, ya en un tono muy enojado y decidido. 





Una....dos.....dos y medio.....dos tres cuarto.....tres!!!!......(Piugggggghhhhhhhh....alzó el vuelo, ancas al vuelooooo....brazos y patas bien estiradassss, mirada fija hacia la otra hoja....no temassssss.....se decpia así misma.....tú eres capaz de esto y mucho más)

Todas asombradas vieron como Edelmira después de estar indecisa, decidida, indecisa y decidida...emprendió el vuelo saltando desde la hoja de nenúfar donde estaba sentada y pasó por encima del reflejo de la Luna LLena que se veía en las aguas critalinas de la charca. 

-Lo ven....se los dije...yo puedo aunque esté pequeñaja o pequeñita como me ven-. Sin lugar a dudas, todas estaban tan asombradas, pues nadie era capaz de tal proesa (Todas boquiabiertas...diciendo....WOWWW....VISTE VISTE.....)

Perdónanos mucho Edelmira, no creíamos de lo mucho que eres capaz de hacer, muy extraordinario en verdad, nadie lo había logrado. Sin duda tienes capacidades asombrosas para estó y mucho más....

¿Podrías jugar con nosotros todos los días?, claro si es que no te molesta enseñarnos como haces esto de dar grandes saltos, igual podemos volar en saltos sobre las estrellas.....así le dijo a Edelmira una de sus hermanas. 

Edelmira, lo pensó y lo pensó (muy poquito).... porque sonrió y dijo: Claro que sí....todas saltaremos sobre la luna y las estrellas y seremos buenas amigas....


COLORÍN COLORADO....ESTE CUENTO SE HA TERMINADO...
MORALEJA....Nunca juzguez a los demás por ser pequeños o muy callados o diferentes a tí....dales la oportunidad de conocerlos y ser testigo de las grandes capacidades de amistad y destreza que pueden brindarte....quizá en esas personas encuentres un gran apoyo y un gran amigo con quien jugar y compartir momentos lindos. 
 

Pinocho

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