El anciano Ángel seguía haciendo sus juguetes de forma artesanal. De esta manera lo aprendió de su padre.
Un buen día, Ángel se dio cuenta de que ya hacía mucho tiempo que no vendía ningún juguete, y se puso tan triste que empezó a llorar a cantaros.
-¡qué va a ser de mis queridos juguetes cuando se den cuenta de que los niños ya no quieren jugar con ellos!
-¡no os pongáis tan tristes, amigos!-dijeron los ratoncillos del taller-Nosotros os devolveremos vuestro buen humor.
Dicho y hecho.
Aquella misma noche un duendecillo volador, todo vestido de verde, hizo caer sobre los juguetes de trapo una lluvia de polvo de estrellas azules mágicas.
Entonces, los juguetes se pusieron a jugar haciendo una torre uno encima de otro.
¡cuál sería su sorpresa al ver que sus cuerpos no se doblaban sino que eran tan robustos como los juguetes mecánicos!
Al amanecer, el anciano entró en el taller para ver a sus juguetes.
¡Se quedó asombrado!
-Mira abuelito-le dijo el payaso alegre-Vamos a hacer una torre para que veas lo robustos que somos.
-¡esto es un milagro!-exclamó el anciano.
Ese día salieron a la plaza del pueblo, al puesto donde nadie se paraba.
Los muñecos bailaron, jugaron e hicieron la torre.
¡Todos los niños asombrados quisieron llevarse uno de esos juguetes asombrosos!
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