domingo, 25 de febrero de 2018

El niño que insultaba demasiado



- ¡Oh, Gran Mago! ¡Ha ocurrido una tragedia! El pequeño Manu ha robado el elixir con el hechizo Lanzapalabras.
- ¿Manu? ¡Pero si ese niño es un maleducado que insulta a todo el mundo! Esto es terrible.. ¡hay que detenerlo antes de que lo beba!
Pero ya era demasiado tarde. Manu recorría la ciudad insultado a todos solo para ver cómo sus palabras tomaban forma y sus letras se lanzaban contra quien fuera como fantasmas que, al tocarlos, los atravesaban y los transformaban en aquello que hubiera dicho Manu. Así, siguiendo el rastro de tontos, feos, idiotas, gordos y viejos, el mago y sus ayudantes no tardaron en dar con él.
- ¡Deja de hacer eso, Manu! Estás fastidiando a todo el mundo. Por favor, bebe este otro elixir para deshacer el hechizo antes de que sea tarde.
- ¡No quiero! ¡Esto es muy divertido! Y soy el único que puede hacerlo ¡ja, ja, ja, ja! ¡Tontos! ¡Lelos! ¡Calvos! ¡Viejos! - gritó haciendo una metralleta de insultos.
- Tengo una idea, maestro - digo uno de los ayudantes mientras escapaban de las palabras de Manu- podríamos dar el elixir a todo el mundo.
- ¿Estás loco? Eso sería terrible. Si estamos así y solo hay un niño insultando, ¡imagínate cómo sería si lo hiciera todo el mundo! Tengo que pensar algo.
En los siete días que el mago tardó en inventar algo, Manu llegó a convertirse en el dueño de la ciudad, donde todos le servían y obedecían por miedo. Por suerte, el mago pudo usar su magia para llegar hasta Manu durante la noche y darle unas gotas de la nueva poción mientras dormía. 
Manu se despertó dispuesto a divertirse a costa de los demás. Pero en cuanto entró el mayordomo llevando el desayuno, cientos de letras volaron hacia Manu, formando una ráfaga de palabras de las que solo distinguió “caprichoso”, “abusón” y “maleducado”. Al contacto con su piel, las letras se disolvieron, provocándole un escozor terrible.
El niño gritó, amenazó y usó terribles palabras, pero pronto comprendió que el mayordomo no había visto nada. Ni ninguno de los que surgieron nuevas ráfagas de letras ácidas dirigidas hacia él. En un solo día aquello de los hechizos de palabras pasó de ser lo más divertido a ser lo peor del mundo.
- Será culpa del mago. Mañana iré a verle para que me quite el hechizo.
Pero por más que lloró y pidió perdón, era demasiado tarde para el antídoto.
- Tendrás que aprender a vivir con tus dos hechizos: lanzapalabras y recibepensamientos. Bien usados podrían ser útiles…
Manu casi no podía salir a la calle. Se había portado tan mal con todos que, aunque no se lo dijeran por miedo, en el fondo pensaban cosas horribles de él y cuando esos pensamientos le tocaban eran como el fuego. Por eso empezó a estar siempre solo.
Un día, una niña pequeña vio su aspecto triste y sintió lástima. La pequeña pensó que le gustaría ser amiga de aquel niño y, cuando aquel pensamiento tocó la piel de Manu, en lugar de dolor le provocó una sensación muy agradable. Manu tuvo una idea.
- ¿Y si utilizara mi lanzapalabras con buenas palabras? ¿Funcionará al revés?
Y probó a decirle a la niña lo guapa y lo lista que era. Efectivamente, sus palabras volaron hacia la niña para mejorar su aspecto de forma increíble. La niña no dijo nada, pero sus agradecidos pensamientos provocaron en Manu la mejor de las sensaciones.
Emocionado, Manu recorrió las calles usando su don para ayudar y mejorar a las personas que encontraba. Así consiguió ir cambiando lo que pensaban de él, y pronto se dio cuenta de que desde el principio podría haberlo hecho así y que, si hubiera sido amable y respetuoso, todos habrían salido ganando.

Tiempo después, las pociones perdieron su efecto, pero Manu ya no cambió su forma de ser, pues era mucho mejor sentir el cariño y la amistad de todos que intentar sentirse mejor que los demás a través de insultos y desprecios.




Adios a la ley de la Selva (Parte 3): El Mono





A Mono no le caía muy simpático. Solo era un ratón egoísta, solitario y gritón. Pero aún así no se merecía lo mal que lo trataban. Y se sentía fatal por no hacer nada para impedirlo y quedarse solo mirando. Pero, ¿qué podía hacer él, un simple mono, frente a aquellos leones brutos y crueles?
Igual nunca hubiera hecho nada si no hubiera llegado a oír aquella conversación entre dos leones bajo el árbol en que descansaba. Allí fue donde el antiguo rey de la selva, muy malherido por un combate perdido, contó a un joven león que todo era parte de una estrategia para mostrar a los demás su fuerza y su poder, y que por eso siempre atacaba a animalillos miedosos y solitarios a los que nadie saldría a defender.Dijo también que lo hacía delante de otros para contagiarles el miedo y convertirlos en sus cómplices, pues nunca se atreverían a reconocer que habían estado allí si no habían hecho nada para impedirlo.
Mono se revolvió de rabia en su árbol, porque él podría ser muchas cosas, pero nunca cómplice de aquellos malvados. Así que ese día decidió que haría cuanto pudiera para acabar con el reinado del terror. Por supuesto, no pensaba pegarse con ningún león: tendría que usar su inteligencia.
Lo primero que pensó para ponérselo difícil al león fue evitar que hubiera en la selva animalillos solitarios, así que buscó la forma de hacerse amigo del ratón. Le costó un poco, porque era un tipo huraño y poco hablador, pero encontró la excusa perfecta cuando escondió unos plátanos entre unas piedras a las luego no podía llegar.El ratón tenía el tamaño perfecto y accedió a ayudarle, y luego el mono pudo darle las gracias de mil maneras. De esta forma descubrió Mono que el ratón no era un tipo tan raro, y que solo necesitaba un poco de tiempo para hacer amigos. Pero una vez que fueron amigos, el ratón resultó tener un montón de habilidades y Mono no dudó en ayudarle a unirse a su grupo de amigos.
Lo segundo era vencer el miedo del ratón, así que inventó un entrenamiento para él. Comenzó por mostrarle dibujos de leones y tigres. El pobre ratón temblaba solo con verlos, pero con el tiempo fue capaz de permanecer tranquilo ante ellos. Luego fueron a ver a animales grandes pero tranquilos, como las jirafas y los hipopótamos.Cuando el ratón fue capaz de hablar con ellos e incluso subirse a sus cabezas, el mono aumentó la dificultad, y así siguieron hasta que el ratón fue lo suficientemente valiente como para acercarse a un león dormido y quedarse quieto ante él.
Por último, decidió unirse a todos los animales a quienes sabía que no les gustaba lo que hacían los leones con el ratón ni con los demás. Estos se sintieron aliviados de poder hablar de los abusos del león con otros que pensaban lo mismo. Al final, llegaron a ser tantos, y a estar tan enfadados, que una noche se unieron para castigar al rey del selva, y con la ayuda de algunos animales grandes consiguieron encerrarlo en una gran jaula mientras dormía profundamente.
Pensaba el mono que allí se acabaría todo, pero al anterior rey de la selva le sucedió un tigre aún más fuerte y cruel, que no tardó en ir a por el ratón. Este caminaba con su nuevo grupo de amigos y el tigre lo separó de ellos con muy malas maneras. A punto estuvieron de lanzarse a defender al ratón, pero aún no eran tan valientes, y se quedaron allí protestando en voz baja y poniendo mala cara.
De pronto, un joven león, que había visto lo sucedido, pensó que podría ganarse la simpatía y el respeto de aquel grupo de animales saliendo en defensa del ratón, y pidió educadamente al tigre que lo dejara tranquilo. Como el tigre no quería meterse en una pelea peligrosa, y el león no le había desafiado directamente, decidió irse de allí viendo el poco apoyo que tenía atacando a un ratón con tantos amigos. 
La aparición del león le dio a Mono una gran idea, y desde aquel día Mono no hizo otra cosa que hablar a todo el mundo de la suerte que habían tenido de encontrar un león protector, y pidió al león que les ayudara a acabar con cualquier pelea. Al león le encantó aquel papel, pues Mono y su grupo de amigos le respetaban y admiraban. Además, hablaban tanto de su amabilidad y valentía a todo el mundo, que su fama se extendió y empezaron a acudir animales de todas partes para vivir en aquella selva segura en la que ya no había ataques.
Pero al tigre no le gustó nada todo aquello, y un día decidió atacar directamente al león delante de todos. El tigre era mucho más fuerte, así que el joven león tendría pocas opciones. Entonces Mono se dio cuenta de que le había llegado la hora de ser valiente, y decidió salir en defensa de su amigo el león protector.
Todos debían estar pensando lo mismo, porque en cuanto Mono dio el primer salto, los demás animales también se abalanzaron sobre el tigre, haciéndole huir humillado y dolorido. Instantes después Mono y sus amigos proclamaban al joven león como nuevo rey de aquella selva en la que habían acabado para siempre los abusos y el miedo.

Y cuando años más tarde alguno se preguntaba cómo había podido ocurrir algo así, aunque nadie sabía exactamente la respuesta, todos sabían que un sencillo mono que al principio solo miraba había tenido mucho que ver.




sábado, 17 de febrero de 2018

Adios a la ley de la Selva - Parte 2 : El Ratón






Ratoncito no sabía por qué, pero siempre lo elegían a él. Apenas tenía amigos,porque como él se sentía pequeño e insignificante prefería dedicarse a lo suyo para no enfurecer ni decepcionar a nadie. Pero daba igual, cada vez que llegaba a la selva un nuevo rey, él era el objeto de las burlas y los golpes. Gritar, correr, morder o insultar tampoco servía de nada, porque cuanto más lo hacía más disfrutaban sus agresores. Y aunque alguna vez había pensado en pedir ayuda a los elefantes, tenía miedo de lo que pudiera pasar. 
Cierto día, mientras un gigantesco león estaba divirtiéndose a su costa agarrándolo por el rabo y girándolo como un ventilador, se soltó y salió volando por los aires. El ratón rebotó largo rato de árbol en árbol, bajando por la montaña, hasta quedar suspendido de una rama, ¡precisamente un par de metros por encima de otros dos leones! Ratoncito quedó inmóvil, sujetándose con su rabito a la rama con todas sus fuerzas para evitar ser visto, pues conocía de sobra a uno de los leones. Era el anterior rey de la selva que, tras perder la lucha con el gigantesco león, había cambiado su puesto de rey por un montón de heridas y cicatrices. 
Lo que escuchó el pobre ratón colgado de aquella rama casi hizo que se soltara. 
- Mira - contaba el antiguo rey- yo llegué a ser el rey después de llenar de miedo a todos. Tal y como me enseñó mi padre, busqué un animalillo miedoso y solitario, alguien sin amigos que no se atreviera a buscar ayuda, y lo castigué para mostrar mi fuerza y mi crueldad. Tuve suerte, porque en esta selva hay un ratoncillo perfecto para eso, que además llora mucho y se llena de rabia, así que también era muy divertido fastidiarle…
Tanto lloró Ratoncito en silencio, colgado de su rama, que los leones pensaron que comenzaba a llover y se marcharon. Pero luego el ratón se sintió aliviado, pues aquel león cruel había recibido su mismo castigo, y además ahora ya sabía que no lo elegían a él por mala suerte o por casualidad. Estaba claro, necesitaba nuevos amigos y aprender a controlar su miedo.
Como nada de eso se le daba bien, miró qué hacían los demás animales, y aprendió que nadie hacía amigos dedicado a sus propios asuntos con gesto triste, como solía hacer Ratoncito, sino mostrándose alegres, preocupándose por los demás y ayudándoles con sus problemas. Consiguió un aire más alegre tras horas de ensayo ante un espejo. Y encontró cómo ayudar a los demás tras descubrir que, aunque no fuera muy rápido ni muy fuerte, su tamaño y su fino oído eran de gran utilidad para muchos otros animales.
Así pudo por fin, con buenas dosis de esfuerzo y paciencia, hacer su primer amigo: un simpático mono a quien ayudó a recuperar unos plátanos. Y este, que tenía muchos y buenos amigos, le ayudó conocer a muchos otros animales y a sentirse mucho más feliz en la selva.
Desgraciadamente para el pequeño ratón, no tardó en llegar un nuevo rey que quiso volver a infundir el miedo a costa de Ratoncito. Este se había entrenado con su amigo el mono para controlar su miedo y sus gritos, pero aún así estuvo a punto de desmayarse al sentir las garras del tigre acariciando sus orejitas. Consiguió aguantar sin gritar ni llorar, y también se mantuvo tranquilo cuando el tigre lo insultó y lo empujó. El tigre se enfureció, pues no se estaba divirtiendo y se preguntaba por qué le habrían dicho que ese ratón era ideal para provocar miedo en los demás… ¡ni siquiera él parecía tenerlo! Además, los amigos del pequeñajo empezaban a llenar el lugar, y sus caras mostraban más enfado según subía el tono de las amenazas y provocaciones… 
Entonces ocurrió lo impensable: un león recién llegado, viendo el poco apoyo que tenía el tigre, pensó que podría ganarse la simpatía de aquellos animales fácilmente, así que intervino para pedirle al tigre que dejara tranquilo a Ratoncito. Para sorpresa de todos el tigre le hizo caso, entre otras cosas porque ya se había convencido de que aquel ratoncillo valiente y alegre no le serviría para infundir el miedo en el resto de animales. Y aquella fue la última vez que nadie quiso abusar de Ratoncito, que lo celebró con una gran fiesta llena de amigos a la que no faltó el león salvador,con quien se mostró muy agradecido y del que terminó siendo un gran amigo.

Desde entonces, cada vez que Ratoncito ve a algún animalito convertido en el centro de los ataques y las burlas, corre a ser su amigo y le cuenta su historia para animarlo a convertirse en alguien valiente y alegre que esté siempre rodeado de buenos amigos.


Adios a la ley de la Selva - Parte 1: El León





Iba un joven león por la selva pensando que había llegado su hora de convertirse en rey, cuando encontró un león malherido. Aún se podía ver que había sido un león fuerte y poderoso.
- ¿Qué te ha sucedido, amigo león?- preguntó mientras trataba de socorrerlo.
El león herido le contó su historia.
- Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, decidí demostrar a todos mi fuerza y mi poder, para que me temiesen y respetasen. Así que asusté y amenacé a cuantos animales pequeños me encontré. La fama de mi fiereza era tal que hasta los animales más grandes me temían y obedecían como rey. Pero entonces otros leones quisieron mi reino, y así pasé de golpear de vez en cuando a pobres animalitos a tener que enfrentarme a menudo con grandes leones. Gané muchos combates, pero ayer llegó un león más grande y fuerte que yo y me derrotó, dejándome al borde de la muerte y quedándose con mi reino. Y aquí estoy, esperando que me llegue la muerte sin un solo animal al que le importe lo suficiente como para hacerme compañía.
El joven león se quedó para acompañarlo y curar sus heridas antes de proseguir su camino. Cuando al fin se marchó de allí, no tardó en encontrar un gigantesco león encerrado en una jaula de grandes barrotes de acero. Tuvo que haber sido muy fuerte, pero ahora estaba muy delgado.
- ¿Qué te ha sucedido, amigo león? ¿Por qué estás encerrado?
El león enjaulado le contó su historia.
- Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, usé mi fuerza para vencer al anterior rey, y luego me dediqué a demostrar a todos mi poder para ganarme su respeto. Golpeé y humillé a cuantos me llevaron la contraria, y pronto todos hacían mi voluntad. Yo pensaba que me respetaban, o incluso que me admiraban, pero solo me obedecían por miedo. Me odiaban tanto que una noche se pusieron de acuerdo para traicionarme mientras dormía, y me atraparon en esta jaula en la que moriré de hambre, pues no tiene llaves ni puerta; y a nadie le importo lo suficiente como para traerme comida.
El joven león, después de dejar junto a la jaula comida suficiente para algún tiempo, decidió seguir su camino preguntándose qué podría hacer para llegar a ser rey, pues había visto que toda su fuerza y fiereza no les habían servido de nada a los otros dos leones. Andaba buscando una forma más inteligente de utilizar su fuerza cuando se encontró con un enorme tigre que se divertía humillando a un pequeño ratón. Estaba claro que ese tigre era el nuevo rey, pero decidió salir en defensa del ratoncillo.
- Déjalo tranquilo. No tienes que tratarlo así para demostrar que eres el rey.
- ¿Quieres desafiarme, leoncito? - dijo burlón y furioso el tigre.- ¿Quieres convertirte en el nuevo rey?
El león, que ya había visto cómo acababan estas cosas, respondió:
- No quiero luchar contigo. No me importa que seas tú el rey. Lo único que quiero es que dejes tranquilo a este pobre animal.
El tigre, que no tenía ninguna gana de meterse en una pelea con un león, respiró aliviado pensando que el león le reconocía como rey, y se marchó dejando en paz al ratoncillo.
El ratoncillo se mostró muy agradecido, y al león le gustó tanto esa sensación que decidió que aquella podría ser una buena forma de usar su fuerza. Desde entonces no toleraba que delante de él ningún animal abusara ni humillara a otros animales más débiles. La fama del león protector se extendió rápidamente, llenando aquella selva de animales agradecidos que buscaban sentirse seguros.
Ser el rey de una selva famosa y llena de animales era un orgullo para el tigre, pero pronto sintió que la fama del joven león amenazaba su puesto. Entonces decidió enfrentarse a él y humillarlo delante de todos para mostrar su poder. 
- Hola leoncito - le dijo mostrando sus enormes garras- he pensado que hoy vas a ser mi diversión y la de todos, así que vas a hacer todo lo que yo te diga, empezando por besarme las patas y limpiarme las garras.
El león sintió el miedo que sienten todos los que se ven amenazados por alguien más fuerte. Pero no se acobardó, y respondió valientemente:
- No quiero luchar contigo. Eres el rey y por mí puedes seguir siéndolo. Pero no voy a consentir que abuses de nadie. Y tampoco de mí. 
Al instante el león sintió el dolor del primer zarpazo del tigre, y comenzó una feroz pelea. Pero la pelea apenas duró un instante, pues muchos de los animales presentes, que querían y admiraban al valiente león, saltaron sobre el tigre, quien sintió al mismo tiempo en sus carnes decenas de mordiscos, zarpazos, coces y picotazos, y solo tuvo tiempo de salir huyendo de allí malherido y avergonzado,mientras escuchaba a lo lejos la alegría de todos al aclamar al león como rey.
Y así fue cómo el joven león encontró la mejor manera de usar toda su fuerza y fiereza, descubriendo que sin haberlas combinado con justicia, inteligencia y valentía, nunca se habría convertido en el famoso rey, amado y respetado por todos, que llegó a ser.

sábado, 10 de febrero de 2018

Juan sin miedo

Cuento infantil clásico Juan sin miedo

Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm



Érase una vez un hombre que tenía dos hijos totalmente distintos. Pedro, el mayor, era un chico listo y responsable, pero muy miedoso. En cambio su hermano pequeño, Juan, jamás tenía miedo a nada, así que en la comarca todos le llamaba Juan sin miedo.
A Juan no le daban miedo las tormentas, ni los ruidos extraños, ni escuchar cuentos de monstruos en la cama. El miedo no existía para él. A medida que iba creciendo, cada vez tenía más curiosidad sobre qué era sentir miedo porque él nunca había tenido esa sensación.
Un día le dijo a su familia que se iba una temporada para ver si conseguía descubrir lo que era el miedo. Sus padres intentaron impedírselo, pero fue imposible. Juan era muy cabezota y  estaba decidido a lanzarse a la aventura.
Metió algunos alimentos y algo de ropa en una mochila y echó a andar. Durante días recorrió diferentes lugares, comió lo que pudo y durmió a la intemperie, pero no hubo nada que le produjera miedo.
Una mañana llegó a la capital del reino y vagó por sus calles hasta llegar a la plaza principal, donde colgaba un enorme cartel firmado por el rey que decía:
“Se hace saber que al valiente caballero que sea capaz de pasar tres días y tres noches en el castillo encantado, se le concederá la mano de mi hija, la princesa Esmeralda”
Juan sin miedo pensó que era una oportunidad ideal para él. Sin pensárselo dos veces, se fue al palacio real y pidió ser recibido por el mismísimo rey en persona.  Cuando estuvo frente a él, le dijo:
– Señor, si a usted le parece bien, yo estoy decidido a pasar tres días en ese castillo. No le tengo miedo a nada.
– Sin duda eres valiente, jovenzuelo. Pero te advierto que muchos lo han intentado y hasta ahora, ninguno lo ha conseguido – exclamó el monarca.
– ¡Yo pasaré la prueba! – dijo Juan sin miedo sonriendo.
Juan sin miedo, escoltado por los soldados del rey, se dirigió al tenebroso castillo que estaba en lo alto de una montaña escarpada. Hacía años que nadie lo habitaba y su aspecto era realmente lúgubre.
Cuando entró, todo estaba sucio y oscuro. Pasó a una de las habitaciones y con unos tablones que había por allí, encendió una hoguera para calentarse. Enseguida, se quedó dormido.
Al cabo de un rato, le despertó el sonido de unas cadenas ¡En el castillo había un fantasma!
– ¡Buhhhh, Buhhhh! – escuchó Juan sobre su cabeza – ¡Buhhhh!
– ¿Cómo te atreves a despertarme?- gritó Juan enfrentándose a él. Cogió unas tijeras y comenzó a rasgar la sábana del espectro, que huyó por el interior de la chimenea hasta desaparecer en la oscuridad de la noche.
Al día siguiente, el rey se pasó por el castillo para comprobar que Juan sin miedo estaba bien. Para su sorpresa, había superado la primera noche encerrado y estaba decidido a quedarse y afrontar el segundo día. Tras unas horas recorriendo el castillo, llegó la oscuridad y  por fin, la  hora de dormir. Como el día anterior, Juan sin miedo encendió una hoguera para estar calentito y en unos segundos comenzó a roncar.
De repente, un extraño silbido como de lechuza le despertó. Abrió los ojos y vio una bruja vieja y fea que daba vueltas y vueltas a toda velocidad subida a una escoba. Lejos de acobardarse, Juan sin miedo se enfrentó a ella.
– ¿Qué pretendes, bruja? ¿Acaso quieres echarme de aquí? ¡Pues no lo conseguirás! – bramó. Dio un salto, agarró el palo de la escoba y empezó a sacudirlo con tanta fuerza que la bruja salió disparada por la ventana.
Cuando amaneció, el rey pasó por allí de nuevo para comprobar que todo estaba en orden. Se encontró a Juan sin miedo tomado un cuenco de leche y un pedazo de pan duro relajadamente frente a la ventana.
– Eres un joven valiente y decidido. Hoy será la tercera noche. Ya veremos si eres capaz de aguantarla.
– Descuide, majestad ¡Ya sabe usted que yo no le temo a nada!
Tras otro día en el castillo bastante aburrido para Juan sin miedo, llegó la noche. Hizo como de costumbre una hoguera para calentarse y se tumbó a descansar. No había pasado demasiado tiempo cuando una ráfaga de aire caliente le despertó. Abrió los ojos y frente a él vio un temible dragón que lanzaba llamaradas por su enorme boca. Juan sin miedo se levantó y le lanzó una silla a la cabeza. El dragón aulló de forma lastimera y salió corriendo por donde había venido.
– ¡Qué pesadas estas criaturas de la noche! – pensó Juan sin miedo- No me dejan dormir en paz, con lo cansado que estoy.
Pasados los tres días con sus tres noches, el rey fue a comprobar que Juan seguía sano y salvo en el castillo. Cuando le vio tan tranquilo y sin un solo rasguño, le invitó a su palacio y le presentó a su preciosa hija. Esmeralda, cuando le vio, alabó su valentía y aceptó casarse con él. Juan se sintió feliz, aunque en el fondo, estaba un poco decepcionado.
– Majestad, le agradezco la oportunidad que me ha dado y sé que seré muy feliz con su hija, pero no he conseguido sentir ni pizca de miedo.
Una semana después, Juan y Esmeralda se casaron. La princesa sabía que su marido seguía con  el anhelo de llegar a sentir miedo, así que una mañana, mientras dormía, derramó una jarra de agua helada sobre su cabeza. Juan pegó un alarido y se llevó un enorme susto.
– ¡Por fin conoces el miedo, querido! – dijo ella riendo a carcajadas.
– Si – dijo todavía temblando el pobre Juan- ¡Me he asustado de verdad! ¡Al fin he sentido el miedo! ¡Ja ja ja! Pero no digas nada a nadie…. ¡Será nuestro secreto!
La princesa Esmeralda jamás lo contó, así que el valeroso muchacho siguió siendo conocido en todo el reino como Juan sin miedo.





El pez de oro

Cuento popular El pez de oro

Adaptación del cuento popular de Rusia

Había una vez una pareja de ancianos muy pobres que vivía junto a la playa en una humilde cabaña. El hombre era pescador, así que él y su mujer se alimentaban básicamente de los peces que caían en sus redes.
Un día, el pescador lanzó la red al agua y tan sólo recogió un pequeño pez. Se quedó asombradísimo cuando vio que se trataba de un pez de oro que además era capaz de hablar.
– ¡Pescador, por favor, déjame en libertad! Si lo haces te daré todo lo que me pidas.
El anciano sabía que si lo soltaba perdería la oportunidad de venderlo y ganar un buen dinero, pero sintió tanta pena por él que desenmarañó la red y lo devolvió al mar.
– Vuelve a la vida que te corresponde, pescadito ¡Mereces ser libre!
Cuando regresó a la cabaña su esposa se enfadó muchísimo al comprobar que se presentaba con las manos vacías, pero su ira creció todavía más cuando el pescador  le contó que en realidad había pescado un pez de oro y lo había dejado en libertad.
– No me puedo creer lo que me estás contando… ¿Tú sabes lo que vale un pez de oro? ¡Nos habrían dado una fortuna por él! Al menos podías haberle pedido algo a cambio, aunque fuera un poco de pan para comer.
El buen hombre recordó que el pez le había dicho que podía concederle sus deseos, y ante las quejas continuas de su mujer, decidió regresar al a orilla.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
La cabecita dorada surgió de las aguas y se quedó mirando al anciano.
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Mi mujer quiere pan para comer porque hoy no tenemos nada que llevarnos a la boca ¿Podrías conseguirme un poco?
– ¡Por supuesto! Vuelve con tu esposa y tendrás pan más que suficiente para varios días.
El anciano llegó a su casa y se encontró la cocina llena de crujiente y humeante pan por todas partes. Contra todo pronóstico, su mujer no estaba contenta en absoluto.
– Ya tienes el pan que pediste… ¿Por qué estás tan enfurruñada?
– Sí, pan ya tenemos, pero en esta cabaña no podemos seguir viviendo. Hay goteras por todas partes y el frío se cuela por las rendijas. Dile a ese pez de oro amigo tuyo que nos  consiga una casa más decente ¡Es lo menos que puede hacer por ti ya que le has salvado la vida!
Una vez más, el hombre caminó hasta la orilla del mar.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Mi mujer está disgustada porque nuestra cabaña se cae a pedazos. Quiere una casa  nueva más cómoda y confortable.

– Tranquilo, yo haré que ese deseo se cumpla.
– Muchísimas gracias.
Se dio la vuelta dejando al pez meciéndose entre las olas. Al llegar a su hogar, la cabaña había desaparecido. Su lugar lo ocupaba una coqueta casita de piedra que hasta tenía un pequeño huerto para cultivar hortalizas.
Su mujer estaba peinándose en la habitación principal.
– ¡Imagino que ahora estarás contenta! ¡Esta casa nueva es una monada y más grande que la que teníamos!
– ¿Contenta? ¡Ni de broma! No has sabido aprovecharte de la situación ¡Ya que pides, pide a lo grande! Vuelve ahora mismo y dile al pez de oro que quiero una casa lujosa  y con todas las comodidades que se merece una señora de mi edad.
– Pero…
– ¡Ah, y nada de huertos, que no pienso trabajar en lo que me queda de vida! ¡Dile que prefiero un bonito jardín para dar largos paseos en primavera!
El hombre estaba harto y le parecía absurdo pedir cosas que no necesitaban, pero por no oír los lamentos de su esposa, obedeció y acudió de nuevo a la orilla del mar.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Siento ser tan pesado pero mi mujer sueña con una casa y una vida más lujosa.
– Amigo, no te preocupes. Hoy mismo tendrá una gran casa y todo lo que necesite para vivir en ella ¡Incluso le pondré servicio doméstico para que ni siquiera tenga que cocinar!
– Muchas gracias, amigo pez. Eso más de lo que nunca soñamos.
Casi se le salen los ojos de las órbitas al llegar a su casa y encontrarse una mansión rodeada de jardines repletos de plantas exóticas y hermosas fuentes de agua.
– Madre mía… ¡qué barbaridad! Esto es digno de un rey y no de un pobre pescador como yo.
Entró y el interior le pareció fastuoso: muebles de caoba, finísimos jarrones chinos, cortinas de terciopelo, vajillas de plata… ¡Todo era tan deslumbrante que no sabía ni a dónde mirar!
Creía que lo había visto todo cuando su mujer apareció ataviada con un vestido de tul rosa, y enjoyada  de arriba abajo. No venía sola sino seguida de tres doncellas y tres lacayos.
– ¡Esto es increíble! ¡Jamás había visto una casa tan grande y tan bonita! ¡Y tú, querida,  estás impresionantemente guapa y elegante!…  Imagino que ahora sí estarás satisfecha… ¡Hasta tenemos criados!
Con aires de emperatriz, la anciana contestó:
– ¡No, no es suficiente! ¿Todavía no te has dado cuenta de lo importante que sería capturar ese pez y tenerlo siempre a nuestra disposición? Podríamos pedirle lo que nos diera la gana a cualquier hora del día o de la noche ¡Lo tendríamos todo al alcance de la mano!
¡La ambición de la mujer no tenía límites! Antes de que el pobre pescador dijera algo, sacó a relucir el plan que había maquinado para hacerse con el pececito de oro.
– Atraparlo es difícil, así que lo mejor será ir por las buenas. Ve al mar y dile al pez de oro que quiero ser la reina del mar.
– ¿Tú… reina del mar? ¿Para qué?
– ¡Que no te enteras de nada, zoquete! Todos los seres que viven en el mar han de obedecer a su reina sin rechistar. Yo, como reina, le obligaría a vivir aquí.
– ¡Pero yo no puedo pedirle eso!
– ¡Claro que puedes, así que lárgate a la playa ahora mismo! O consigues el cargo de reina del mar para mí o no vuelves a entrar en esta casa ¿Te queda claro?
Dio tal portazo que el marido, atemorizado, salió corriendo y llegó hasta la orilla una vez más. Con mucha vergüenza llamó al pez.
– ¡Pececito de oro, asómate que necesito tu ayuda!
– ¿Qué puedo hacer por ti, amigo?
– Mi mujer insiste en seguir pidiendo ¡Ahora quiere ser la reina del mar para ordenarte que vivas en nuestra casa y trabajes para ella!
El pez se quedó en silencio ¡Esa mujer había llegado demasiado lejos! No sólo estaba abusando de él sino que encima lo tomaba por tonto. Miró con pena al anciano  y de un salto se sumergió en las profundidades del mar.
– Pececito de oro, quiero hablar contigo ¡Sal a la superficie, por favor!
Desgraciadamente el pez había perdido la paciencia y no volvió a asomarse.
El hombre regresó a su casa y se quedó hundido cuando vio que todo se había esfumado. Ya no había fuentes, ni jardines, ni palacete ni sirvientes.  Frente a él volvía a estar la pobre y solitaria cabaña de madera en la que siempre habían vivido. Tampoco su mujer era ya una refinada dama envuelta en tules, sino la esposa de un humilde pescador, vestida con una falda hecha de retales y zapatillas de cuerda.
¡Adiós al sueño de tenerlo todo! Muy a su pesar los dos tuvieron que continuar con su vida de trabajo y sin ningún tipo de lujos. Nunca volvieron a saber nada de aquel pececito agradecido y generoso que les había dado tanto. La ambición sin límites tuvo su castigo.












sábado, 3 de febrero de 2018

La joroba del dromedario (audio)

Para acceder al audio

La joroba del dromedario (texto)

Adaptación del cuento de Rudyard Kipling

Al principio de los tiempos no existían los medios de locomoción modernos que ahora tenemos. Si los seres humanos querían transportar semillas para plantar en algún lugar, acarrear utensilios para cultivar la tierra, o llevar piedras de un lado a otro  para construir casas, necesitaban la ayuda de los animales.
Cuenta una leyenda tradicional que, en un pueblo de África, vivía un campesino que trabajaba sin descanso en compañía de cuatro animales: un caballo, un burro, un perro y un dromedario. A los cuatro los quería mucho y entre ellos parecían llevarse muy bien,  hasta que el dromedario empezó a desentenderse de las labores domésticas.
Mientras sus compañeros de fatigas trabajaban duro, él se tumbaba al sol y pasaba las horas mascando hierba y contemplando el paisaje. Cuando llegaba la noche, el caballo, el burro y el perro, terminaban la jornada laboral sin poder mover un solo músculo de puro agotamiento. El dromedario, en cambio, aprovechaba la luz de la luna para dar largos y relajantes paseos, pues de cansancio, nada de nada.
Llegó un momento en que a los tres animales les indignó el comportamiento de su amigo caradura y fueron a recriminarlo. El caballo, por ser el mayor, tomó la palabra.
– ¡Eh, oye, tú! ¿No te da vergüenza vivir como un rey mientras nosotros nos partimos la espalda trabajando?
El dromedario, con una tranquilidad pasmosa, contestó con una sola palabra:
– ¡Joroba!
El caballo, el burro y el perro se quedaron anonadados. El burro, pensando que quizá no había oído bien, habló:
– ¿Se puede saber por qué no trabajas como los demás? ¡Estamos muy enfadados contigo!
El dromedario no se movió ni un centímetro  y tan sólo frunció un poco la boca para murmurar  entre dientes:
– ¡Joroba!
Los ánimos empezaron a calentarse. El perro gruñó, dio unos giros sobre sí mismo para intentar tranquilizarse un poco, y dijo a sus camaradas:
– ¡Esto es el colmo! ¡Vayamos a quejarnos a nuestro amo y que tome cartas en el asunto!
Los tres en fila india acudieron en busca del campesino, que andaba muy atareado llenando un caldero en el manantial. El hombre atendió sus quejas y tuvo que darles la razón. Ciertamente, el dromedario llevaba una temporada en plan vago y con una actitud muy comodona que no se podía consentir.
En grupo se acercaron al animal, que ahora estaba tumbado bajo un árbol mirando con cara bobalicona el desfilar de las hormigas. El amo levantó la voz y le riñó en voz alta.
– ¿Te parece bonito ser tan insolidario? Aquí todos nos esforzamos  para poder vivir con dignidad ¡Muévete y ponte a trabajar!
El dromedario, con un gesto apático, dijo:
– ¡Joroba!
El hombre se convenció de que era imposible razonar con ese animal tan grande como gandul. Muy enfadado, tomó una polémica decisión.
– Vuestro amigo no quiere colaborar, así que sintiéndolo mucho, vosotros tendréis que trabajar el doble para compensarlo.
El caballo, el burro y el perro se indignaron ¡No era justo! Ellos cumplían con sus tareas y no tenían por qué hacer el trabajo de un dromedario estúpido y remolón. Se fueron de allí echando chispas y una vez lejos, se sentaron a deliberar sobre lo ocurrido.
En eso estaban cuando por su lado pasó un genio del desierto que intuyó que algo sucedía. Muy intrigado, se paró a charlar con ellos. Los animales, con cara compungida,  le contaron lo mal que se sentían a causa de la conducta del dromedario y la decisión de su amo. Afortunadamente, el genio, que sabía escuchar y procuraba ser siempre justo, les ofreció su ayuda para resolver  cuanto antes el espinoso tema.
Regresaron en busca del dromedario y lo encontraron, como era habitual, tumbado a la bartola. El genio, le increpó:
– ¡Veo que lo que me acaban de contar tus amigos es cierto!
El dromedario miró de reojo y por no variar, masculló:
– ¡Joroba!
El genio apretó los puños y se puso rojo como un tomate de la rabia que le invadió.
– ¡¿Con que sigues en tus trece?! ¡Muy bien, te daré tu merecido!
Movió las manos, dijo unas palabras que nadie entendió, y de repente, el lomo del dromedario empezó a inflarse e inflarse hasta que se formó una enorme joroba. El genio, sentenció:
– A partir de ahora, cargarás con esta giba día y noche y te alimentarás de ella. No tendrás que comer a diario porque ahí llevarás tu reserva de alimento. Esto significa que trabajarás para los demás, para que tus amigos puedan conseguir comida, y no para ti mismo ¡Es tu castigo por haber sido tan egocéntrico!
– Pero yo…
– ¡Nada de peros! ¡Ponte ahora mismo a trabajar o te impondré una sanción muchísimo peor!
El dromedario consideró que ya tenía escarmiento suficiente y se puso a faenar codo con codo con los demás. Desde entonces, todos los dromedarios del mundo cumplen con sus cometidos y a veces sudan la gota gorda porque deben llevar a la espalda una incómoda joroba que, seguramente,  pesa un montón.

La Flor de la Vainilla (Audio)

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La Flor dela Vainilla (Texto)

¿Conoces la flor de vainilla? Esta es una planta muy especial que crece en tierras mexicanas y muy valiosa por su fragante aroma, y el delicioso sabor que le brinda a los postres y platillos. Y todo gracias al corazón puro de una joven que hace mucho tiempo, vivió y se enamoró perdidamente.
Xanath era una muchacha preciosa, que tenía una piel morena suavísima, un pelo oscuro como la noche y los ojos más cautivadores que pudieran haberse visto en una doncella. Era además, hija de un cacique muy poderoso que vivía en un palacio, donde la chica podía obtener todo lo que deseara. Poseía joyas, bonitos vestidos, plumas finas y montones de objetos valiosos que convertían sus aposentos en un cuarto de princesa.
A pesar de ser la jovencita más rica y hermosa de la ciudad, Xanath tenía un corazón humilde y de buenos sentimientos, y nunca dudaba en ayudar a los más necesitados.
Fue por eso que un día, mientras daba un paseo por las afueras, no pudo evitar enamorarse de Tzarahuín, un hombre apuesto y orgulloso, pero muy humilde, que nada podía ofrecerle a quien como ella, provenía de tan acomodada familia.
Esto no impidió que entre ambos surgiera un amor muy profundo, apenas sus ojos se cruzaron aquella tarde de primavera.
Xanath sabía que su padre no aprobaría su romance con Tzarahuín, por ser él de una casta inferior, de modo que todos sus encuentros eran secretos. Un día, al ir a visitarlo, la muchacha pasó frente al templo del dios de la felicidad, el cual quedó prendado de ella al verla tan bonita.
Rápidamente, la deidad fue tras ella, impidiéndole el paso y proponiéndole matrimonio allí mismo. Pero Xanath, horrorizada, huyó asegurándole que no se casaría con otro que no fuera el hombre que su corazón amaba.
Furioso por su desplante, el dios fue a buscar a su padre el cacique y lo invitó a un banquete en su templo. Allí, lo llenó de atenciones, de regalos y bendiciones. Y el papá de Xanath quedó tan encantado con él, que accedió sin pensarlo a darle la mano de su hija en matrimonio.
Al día siguiente, cuando la joven vio que el dios había ido de visita y que estaba comprometida con él, se estremeció de espanto, y se rehusó a dirigirle la palabra.
Lleno de cólera, el ser decidió que si Xanath no se casaba con él, entonces no podría vivir su amor con nadie. Y dicho esto, la transformó en una flor muy hermosa de pétalos amarillos, que despedían una fragancia exquisita. Era la flor de vainilla.
Cuando Tzarahuín se enteró del destino de su amada, lloró muy amargamente y recogió aquella plantita preciosa para sembrarla en su jardín. Prometió que se dedicaría en cuerpo y alma a cuidarla, para que nunca le faltara agua ni sol, y se mantuviera lozana y bella. Y así fue. El tiempo pasó, pero la vainilla floreció a partir de aquel brote cuidado con tanto amor y dedicación.

Pinocho

En una vieja carpinteria, Geppetto, un hombre ya anciano muy amable se encontraba terminando un  muñeco de madera.  Le arreglaba los ú...