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sábado, 23 de diciembre de 2017
miércoles, 6 de diciembre de 2017
La amistad que salva vidas
La amistad es uno de los sentimientos más bellos y poderosos que existen. Dan igual las diferencias o semejanzas que posean dos amigos, ya que la fuerza que les une es superior a todo lo demás. Y esto lo saben muy bien una paloma y una hormiga que, de no conocerse, pasaron a ser dos grandes e inseparables amigas.
Un día la hormiga se vio atacada por una terrible sed y decidió acercarse a una charca cercana para poder saciarla. A pesar de los intentos de la pequeña hormiga para no caer al agua, el tronco sobre el que procuró deslizarse para beber giró con tan mala suerte, que finalmente cayó. ¡Qué miedo sintió la hormiguita, tan pequeña y sin saber nadar en el agua!
Por suerte una paloma pasaba por allí y pudo ver el miedo de aquella hormiguita intentando salir del agua sin ningún éxito. Y, rápida como el mismo viento, se aproximó volando hasta alcanzar a la hormiga con el pico y posarla en tierra firme para ponerla a salvo.
- Muchísimas gracias paloma. Estaba a punto de ahogarme y tú me has salvado. Te debo la vida – Dijo la hormiga.
- No me debes nada, todos debemos ayudarnos si estamos en peligro, y tú lo estabas. Seguro que harías lo mismo si se diese la ocasión – Respondió la paloma.
Y aquella ocasión de la que hablaba la paloma en sentido figurado, tuvo lugar no lejos de aquel día. Todo ocurrió cuando un cazador, una tarde de domingo, salió a buscar presas para el almuerzo, con tan mala suerte de encontrarse con la paloma. Pero finalmente, y a pesar de tener a la paloma completamente indefensa y a una distancia perfecta, no pudo darle caza. El cazador, de repente, sintió un dolor en la mano que le llevó a soltar la escopeta de un golpe.
¿Queréis saber qué pasó? Pues que la hormiguita, que desde el día en que fue salvada de las aguas seguía a la paloma sin hacer ruido, pudo comprobar el peligro tan grande en el cual se encontraba inmersa su amiga. Y no dudó en subir por la pierna del cazador hasta alcanzarle la mano y darle un buen bocado.
Gracias a la intervención de la hormiga la paloma pudo escapar y, finalmente, la hormiga pudo cobrar su deuda.
Una deuda que quedó, a partir de entonces, sellada con una amistad eterna.
Rundo y el colibrí
En un bosque había un loro llamado Rundo, que era el hijo del jefe de los loros. Un día, Rundo se encontró con un colibrí que estaba chupando el néctar de unas flores, y cuando vio lo pequeño que era, le causó tanta gracia que comenzó a burlarse de él.
- ¡Oye, enano! ¿Por qué eres tan chiquitito? Eres casi del tamaño de un saltamontes —le decía Rundo burlándose.
El colibrí no le hizo caso, actuó como si no le escuchara. Terminó de chupar el néctar de la flor y se marchó.
Al día siguiente Rundo volvió a ver al colibrí y de nuevo le dijo:
- ¡Oye, enano! ¿Por qué eres tan chiquitito? Pareces una hormiga.
Pero esta vez el colibrí se le acercó y le preguntó:
- Y tú, ¿por qué eres grande?
- Porque los loros somos grandes —contestó Rundo orgulloso.
- ¿Y por qué el halcón es más grande que el loro? —Preguntó el colibrí.
- Creo que… porque nació así —dijo Rundo, un poco confundido.
- ¿Y por qué el águila es más grande que el halcón? —Preguntó el colibrí de nuevo.
- No lo sé —dijo Rundo—, creo que simplemente nació así.
- ¿Es mejor un halcón que un loro? —Preguntó el colibrí.
- ¡Claro que no! —Respondió Rundo.
- Entonces, ¿es mejor un loro que un colibrí? —Preguntó el colibrí.
Rundo no contestó palabra, se sentía un poco avergonzado por sentirse mejor que el pequeño colibrí. En realidad, había otros pájaros más grandes y fuertes que los loros.
Al llegar a su casa, Rundo le preguntó a su padre quién era el jefe de los loros:
- Padre, ¿los halcones son mejores que los loros?
- No hijo, ningún pájaro es mejor que otro —le dijo su padre.
- Pero los loros somos más fuertes y rápidos que otros pájaros y podemos decirles algunas palabras a los humanos —dijo Rundo.
- Es verdad, pero los otros pájaros también tienen cosas que los hacen especiales —le dijo el padre.
- Los colibríes no tienen nada de especial, ellos son solo pequeños pájaros y son muy débiles, ni siquiera pueden comer semillas de girasol —dijo Rundo.
El padre miró a Rundo y le preguntó:
- ¿Sabías que el colibrí es el pájaro que bate sus alas más rápido en todo el mundo?
- ¿En todo el mundo? —Preguntó Rundo asombrado.
- Sí, y, además, es el único pájaro que puede volar hacia atrás —le dijo el padre.
- ¿Hacia atrás? —Preguntó Rundo sorprendido.
- Debemos respetar a todos los pájaros —dijo el padre—, aunque seamos diferentes todos tenemos cosas que nos hacen especiales.
Rundo estaba muy sorprendido, en realidad ningún pájaro es mejor que el otro. Así que, al día siguiente, fue a buscar al colibrí y cuando lo encontró se disculpó con él por haberse burlado de su tamaño. El colibrí se contentó mucho y llegaron a ser amigos.
Rundo entendió que todos somos diferentes y tenemos cosas que nos hacen especiales, por eso, debemos respetarnos unos a otros.
El Ratón Tranquilo
Erase un pequeño ratoncito que vivía muy feliz y tranquilo dando vueltas por el bosque. Podía correr de acá para allá con total libertad, y hasta los gatos que de vez en cuando pasaban por allí le respetaban. Pero dicha tranquilidad quedó rota por completo el día en que el ratón se topó con un extraño animal que jamás había visto. ¡Tenía una cabeza alargadísima!
El ratón no sabía que se había encontrado con un oso hormiguero, que a diferencia de él, no parecía muy tranquilo, sino con muchas ganas de actividad y de reírse un poco. Al ratón aquello no le hubiera parecido mal, si no fuese porque aquel oso hormiguero parecía tener ganas de divertirse riéndose de él, que no le había hecho nada a nadie y correteaba siempre tan tranquilo por el bosque.
- ¿Con lo insignificante que eres, triste ratoncito, aún nadie ha frenado tus carreras por este bosque? ¡Sería tan fácil pisarte!- dijo muy ufano el oso hormiguero.
- ¿Por qué te metes conmigo? No creo haberte molestado, siempre voy a mi aire por el bosque sin comprometer a nadie y espero lo mismo del resto- le respondió el ratón entristecido.
Pero lamentablemente el ratón no obtuvo ya ninguna respuesta del oso hormiguero, y ante sus molestas risas, decidió poner rumbo a otra parte.
Mucho tiempo después el ratón iba, como de costumbre, paseando y correteando por el bosque cuando, de pronto, escuchó unos ruidos muy fuertes. Rápidamente el ratón acudió a la zona en la que se había escuchado aquella algarabía y pudo ver de nuevo a aquel oso hormiguero que tiempo atrás se había cruzado con él para importunarle.
En esta ocasión era el oso hormiguero el que gritaba y se lamentaba, porque se había encontrado con un gran elefante que había encontrado la diversión en meterse con él. Y el ratón, sin dudarlo un minuto, se subió al lomo del elefante, que con su gran y torpona trompa no lograba escaparse de él.
- ¿Cómo eres tan grande crees que puedes meterte con otros animales que no son de tu talla? Pues ya ves que no, que de mí no consigues zafarte- exclamó el ratón.
El elefante, que tenía pánico a los ratones, comenzó a correr de un lado a otro despavorido hasta que el pequeño ratoncito decidió dejarle en paz para que huyera, y cuanto más rápido mejor.
Entonces el oso hormiguero, ya a salvo de las burlas del elefante, se sintió muy triste y avergonzado consigo mismo y comprendió que había tenido la misma actitud con él, y hasta pudo sentir su angustia en aquel día…
- Ojalá puedas aceptar mi perdón. Has decidido ayudarme después de mi mala actitud contigo en el pasado y me has hecho comprender lo necio que fui.
- No te preocupes, amigo. Supongo que has aprendido que todos tenemos derecho a ser felices y a habitar tranquilos en nuestro hogar, y todo aquel que lo entienda, será mi amigo.
miércoles, 29 de noviembre de 2017
miércoles, 22 de noviembre de 2017
La Cueva de los Ogros
Asterio se extravió en el bosque y como lo sorprendió la noche, temió ser atacado por los animales y buscó refugio. Vio una pequeña luz y guiada por ella llegó a la entrada de una cueva. Entró. Cuando caminó un trecho una voz de trueno le preguntó quién era y qué buscaba.
—Soy Asterio, me he perdido en el bosque, busco amparo y algo de comer. ¡Tengo tanta hambre!
—Aquí los animales no te atacarán, hay abundante comida, pero llegaste al lugar donde el que entra no sale. ¿Te arriesgas sabiendo lo que te espera?
Aterrado retrocedió, sin embargo, unos maullidos y rugidos desde afuera lo hicieron detenerse.
Aterrado retrocedió, sin embargo, unos maullidos y rugidos desde afuera lo hicieron detenerse.
—Ellos te descuartizarán en un segundo. ¿Insistes en marcharte?
Mudo por el miedo, el niño no habló y avanzó unos pasos. Un pánico espeluznante le recorrió el cuerpo cuando escuchó más de cerca los rugidos y los maullidos, también unos pasos que hacían temblar el suelo. Vio frente a él un ogro y se quedó paralizado.
— ¡Ah! pero si es un niño que imita voz de hombre. ¿Acaso eres tan valiente como para entrar aquí? ¿No sabes quién soy ni por qué me llaman El Furioso? Pues soy el ogro más temible de la tierra y me llaman así porque de cualquier cosa me irrito y pobre del causante de mi ira. Esos maullidos y rugidos son de mis guardianes, no sé cómo te las arreglaste para llegar hasta aquí y que ellos no te hayan atrapado, me parece que eres listo. ¿Así que tienes hambre y quieres buscar dónde pasar la noche?
Asterio no le contestó, pero pensó en lo que había oído de que los ogros se alimentaban de carne humana. Advirtió como éste se alejó, y regresó al momento con un plato enorme repleto de comida. Le dijo que comiera hasta saciar su apetito y le mostró unas colchas para que se cubriera pues esa noche haría mucho frío. Luego se fue.
El niño, no se atrevió a probar bocado, se acostó y se envolvió con las colchas aunque en ese momento no sentía el menor frío. Unos pasos hicieron que se destapara el rostro y vio al ogro venir.
—No me gusta que desprecien mi cena. Come y ahora —le mandó.
Entonces comió algunos bocados.
—Come más, el que vive aquí tiene que estar corpulento para que pueda hacer lo que le ordene. ¿Entendiste?
Comió unos cuantos bocados más, se sintió repleto y se disculpó, luego de haber elogiado la comida. Tal parece que sus palabras gustaron al ogro pues se echó a reír y le trajo un poco de agua. Después se acostó cerca de él y le advirtió que al amanecer no intentara tratar de irse. Enseguida comenzó a roncar de una manera tan estruendosa que Asterio sintió aún más temor. A la media noche, el ogro dejó de roncar y el niño concilió el sueño. Se despertó tarde en la mañana y vio al ogro a su lado.
—Has dormido como un lirón, mejor así, desayúnate que después te diré lo que tienes que hacer…
—No tengo hambre.
— Aquí soy yo quien decide si se come o no. Ahora digo que lo hagas —le gritó—.No me gusta que me contradigan.
Obedeció y comió lo suficiente con tal de no molestarlo. El ogro le pidió que lo siguiera y a la luz de una vela caminaron por la gigantesca cueva. El ogro se detuvo y le mostró unos leños. Le dijo que debía colocarlos cerca de un fogón donde había unas ollas enormes y tiznadas. Después agregó:
— Cuando acabes de colocar la leña, friega esas vasijas, déjalas lo más reluciente que puedas y pela esas viandas que son para el almuerzo.
Asterio se preguntó si podría hacer tantas cosas y si sus fuerzas le darían para lograrlo. Se arrepintió de haber desobedecido a sus padres, que en esos momentos bien preocupados estarían por él.
Comenzó a trasladar la leña hasta cerca del fogón y a media labor se sintió desfallecer, miró aquellas vasijas manchadas y se preguntó cómo limpiarlas. Nunca en su casa había pelado viandas, pues su madre se encargaba junto con su abuela de esas faenas…
— ¿Por qué estás parado sin hacer lo que te dije? —. Le gritó iracundo el ogro.
—Ahora mismo lo haré —y continuó transportando la leña. Cuando terminó, comenzó a limpiar las ollas y vio al ogro marcharse rumbo a la entrada de la cueva, se sintió cansado y se sentó en una piedra que vio cerca.
—Levántate que si él te ve sentado se pondrá más furioso y la emprenderá a golpes contigo, has como que estás limpiando las vasijas, yo te ayudaré…—le dijo un hombrecillo tan pequeño como su brazo y se le subió encima, luego sacó de uno de sus bolsillos un estropajo diminuto y dijo algunas palabras enredadas y como movido por un resorte el estropajo comenzó a deshollinar las ollas hasta dejarlas resplandecientes.
Asterio asombrado, se quedó quieto. El hombrecito lo sacudió por los hombros y le dijo que hiciera como que estaba trabajando por si regresaba el ogro.
—Ahora pelaremos las viandas, o mejor dicho, mandaré a pelarlas porque ni tú ni yo podríamos, este cuchillo lo hará —y sacó uno pequeño y lo colocó encima de una patata, a los pocos minutos todas las viandas estuvieron listas para ser cocinadas. Se oyeron unos pasos y el hombrecito desapareció.
— ¿Cómo pudiste lograrlo? Pensé que no podrías, solo quise probarte, eres… No sé ni lo que eres, me has dejado pasmado. ¿Cómo lo hiciste? ¡Mira esas ollas! así es como me gusta verlas, y las viandas… no, no puede ser, eres tan pequeño, no debí hacerte trabajar tanto… ¿Por qué me miras así? ¿Acaso porque soy un ogro no tengo sensibilidad? Pues te equivocas, no me alimento como se dice por ahí. Creo que soy un ogro distinto a los demás. A mí lo que no me gusta es que me contradigan. Ven, siéntate aquí en esta mesa, quiero hacerte algunas preguntas y si las respondes acertadamente te dejo ir. Asterio conmovido por esas palabras tomó confianza, se encaramó en la mesa y le dijo que se las respondería si él también le contestaba las que le hiciera.
—Eres atrevido, niño, aquí quien pone las leyes soy yo, pero está bien. ¿Qué podrías preguntarme que no pudiera contestarte?
— ¡Quien sabe! Soy bastante habilidoso, según dice mi mamá —dijo y lanzó una carcajada tan sonora que hizo reír al ogro.
—Comienzo yo, te advierto que no quiero trampas. A ver. ¿Cuántas estrellas hay en el cielo esta noche? —preguntó el ogro.
Asterio le respondió con otra pregunta.
— ¿Cuántos granos de arenas hay en el mar?
—Si aún no has contestado a mi pregunta —se quejó el ogro.
—Es cierto. Pero conteste usted primero y al momento le contesto yo. Es más, a cambio, usted me hace seis preguntas y yo a usted dos. Me llevará ventaja… ¡Conteste!
El ogro se quedó pensando que si era así, valdría la pena contestar primero y le pidió que le repitiera la pregunta.
— ¿Que cuántos granos de arena hay en el mar?
El ogro abrió los ojos desmesuradamente y se rascó la cabeza, dio unos pasos y sus pisadas retumbaron como truenos en una noche de tormenta. Pensó y pensó hasta que finalmente dijo:
— ¿Acaso te has vuelto loco? Eso no lo sabe nadie.
—No dé una respuesta apresurada. Piense, piense, que toda pregunta tiene una respuesta, yo espero…—.Se puso a comer unas cerezas y a amontonar las semillas.
Al cabo de una hora el ogro cansado de tanto cavilar volvió a decir que eso no lo sabía nadie.
— ¿Está usted seguro? Cavile, no estoy apurado… —. Comió unos mamoncillos y también amontonó las semillas.
Llegó la tarde y el ogro sintió hambre y pidió un receso para hacer la comida y junto con el niño puso a hervir las viandas. Cuando estuvieron salcochadas comieron y el pequeño le volvió a hacer la pregunta. El ogro daba paseos cortos de un lado a otro mientras él mismo se preguntaba que cuantos granos de arenas había en el mar. Así lo sorprendió la media noche, sintió sueño y le propuso al niño aplazar el caso, sin embargo, este que casi nunca sentía deseos de dormir se opuso.
—Aquí el que manda soy yo, esta es mi cueva.
—Pero ahora aquí quién hice la pregunta soy yo y si no me contesta…
—Ya sé cómo es el trato, a ver, ¿por qué no me respondes cuantas estrellas hay en el cielo? —dijo el ogro que ya comenzaba a sentir simpatía por el niño y temía tener que dejarlo marchar porque eso sí, era un ogro que cumplía con lo que prometía.
Asterio se quedó reflexionando y colocó encima de la mesa las semillas de cereza en un lado y las de mamoncillo en el otro y dijo:
—Supongamos que estas son las estrellas —y señaló las semillas de cerezas y aquellas— y tocó las de mamoncillo— los granos de arenas que hay en el mar. Usted me preguntó primero, ¿no es cierto?
—Sí, es cierto —dijo el ogro entre bostezos —. ¿Y qué?
— ¿Qué le parece si contesto yo ahora? — le propuso.
—Pues contesta, que estoy muerto de sueño.
— ¿Está usted seguro que desea que yo conteste primero?
—Sí —le respondió el ogro.
—Como ya es tarde, hagámonos una sola pregunta. ¿Acepta?
—Acepto muchacho, ahora dime, ¿cuántas estrellas hay en el cielo?
—Hagámonos de cuenta que esta mesa es el cielo y hagámonos de cuenta que también es el mar. ¿Qué le parece?
—Está bien, puede mirarse de ese modo —dijo el ogro gustándole las suposiciones del niño y rió a carcajadas de las muecas y movimientos que este realizaba.
—Pues mire usted, este es el cielo, nuestro cielo, porque es de todos —escondió las semillas de mamoncillo y regó las de cerezas por la mesa, pero ocultó una, diciendo que era la que más valor tenía y como era tan elevada la cantidad, no se diría, solo se supondría. Inmediatamente sacó unos cálculos matemáticos tan complicados que el ogro abrió excesivamente los ojos y dijo que nunca había visto a nadie contar rápidamente cantidades tan elevadas. Asterio cambió de posición las semillas una y otra vez. Cuando las volvió a colocar en el lugar anterior dijo una suma superior hasta que sacó la semilla que supuestamente era la de más cuantía y dijo que ella era la suma que faltaba para completar la cifra exacta de las estrellas que existían en el cielo. Que habría que deducirlo.
— ¿Por fin cuantas estrellas hay en el firmamento? —preguntó el ogro casi dormido y Asterio comenzó a contar las semillas de un modo tan complicado que el ogro de tanto oírlo se quedó totalmente dormido y en sueños comenzó a repetir cifras y cifras. Ya en el amanecer, Asterio lo despertó haciéndole la pregunta que le correspondía contestar.
—Es que no sé niño, tengo hambre…
—Ya está listo el desayuno, cuando termine de comer, tiene que contestar.
— ¿Y quién hizo el desayuno?
—Yo, apenas dormí para cuando usted despertara, tenerlo preparado, coma y dígame si le gusta, ya yo desayuné —y miró con picardía para un rincón donde se encontraba escondido el hombrecito que lo había ayudado, mejor dicho, quien lo hizo.
Cuando el ogro acabó de desayunar, Asterio colocó las semillas de mamoncillo en la mesa y dijo que eran los granos de arenas del mar e hizo la misma operación que con las semillas de cereza y le preguntó al ogro que si por fin podría contestar la pregunta, pero el ogro se confundía con las cifras y acabó diciendo que se daba por vencido ya que no entendía muy bien las matemáticas.
—Le doy otra oportunidad, puedo ayudarlo, mire esta semilla equivale a tres billones de granos de arena, esta otra a seis billones que hacen un total de nueve billones…Y así
Asterio fue describiendo hasta que finalmente sacó unos cálculos tan embarazosos que el ogro expresó que le dolía tanto la cabeza como si se le fuera a estallar, cargó al niño y dijo:
— ¡Ganaste! Hubiera querido que no pudieras contestar, así te tendrías que quedar para siempre aquí, me diviertes mucho y estoy tan solo, sin embargo, una promesa es una promesa y se cumple, puedes irte y regresar cada vez que quieras. Eres muy inteligente, no sé cómo, pero burlaste a mis guardianes. Te llevaré afuera y te los presentaré para que te dejen hacerlo cuando regreses, por que regresaras. ¿Verdad?
—Sí volveré —dijo con nostalgia pues le había tomado cariño al ogro, que solo tenía tamaño, pero le faltaba inteligencia aunque le sobraba sentimientos buenos y se sintió un tanto avergonzado de las trampas que le había hecho, pero pensó en su familia para sentirse menos culpable porque sabiendo cómo estarían buscándolo, tuvo que valerse de esas artimañas con tal de que el ogro lo dejara ir.
A punto de marcharse, el ogro le regaló una piedra brillante de la cueva como recuerdo por si no volvía otra vez y Asterio le vio en sus ojos un brillo como de lágrimas y se echó a correr para no llorar también.
Al cabo de un tiempo regresó y lo encontró jugando con las semillas de cereza y mamoncillo repitiendo una y otra vez: Estas son las estrellas y estas son los granos de arenas del mar.
—Aquí estoy amigo, vine a verte… —pero el demente ogro siguió repitiendo lo mismo una y otra vez.
Asterio lloró al lado de él que lo sentó en la mesa para verlo mejor. El hombrecito se le encaramó encima y le preguntó si quería que hiciera algo para que recuperara la mente.
—Claro que sí, lo quiero lúcido —y vio como el otro preparaba una poción.
—Claro que sí, lo quiero lúcido —y vio como el otro preparaba una poción.
—Trata de darle a beber esta pócima que solo está hecha para ogros, si se la llega a tragar, sanará.
Y Asterio como si el ogro fuera su padre, con mimo lo hizo beber esa pócima. El hombrecito le dijo entonces que dormiría por espacio de una semana y cuando despertara, estaría bien.
—Tengo que irme, mis padres me esperan, vendré después —y se marchó.
Cuando transcurrió una semana regresó y despertó al ogro quien con la mente recuperada, lo reconoció.
— ¡Volviste! Te extrañé tanto. ¿Volvemos a hacernos preguntas?
—Las que quieras… —recogió las semillas y las guardó en sus bolsillos para tenerlas de recuerdo. Luego jugaron a las adivinanzas y a los escondidos por aquella gigantesca cueva.
Asterio después se marchó. Sin embargo, se acostumbró a visitar al ogro y aquel hombrecito que solo él veía, una vez a la semana. Un día aquella diminuta personita le contó que era el antiguo dueño de esa cueva y que antes también había sido un ogro bueno. Una hechicera lo había tornado así para el resto de su vida por no haber colaborado en sus maléficos antojos y agregó:
— Como no tenía a donde ir, decidí quedarme aquí en compañía de este ogro que una vez llegó y nunca me he dejado ver de él.
— ¿Por qué? —le preguntó Asterio.
—Porque si me ve, yo volvería a ser un ogro según me dijo la hechicera y ambos nos enfrentaríamos hasta uno morir y no quiero hacerle daño, soy muy poderoso, sería el vencedor y este ogro es tan bueno como yo aunque a nosotros, todos nos catalogan como malos —dijo con tristeza y se perdió en la caverna.
Asterio regresó a su casa y esa noche soñó con aquellos ogros que se habían convertido en sus amigos.
Me gusta creer
Soy chiquito y creo que por eso me gusta creer. Me parece que cuando sea grande no me será tan fácil.
Me gusta creer que cuando se me cae un diente, viene el Ratón Pérez y me deja dinero debajo de la almohada. Yo lo creo, aunque me imagine que Pérez no tiene por qué saber dónde vivo y también que es muy difícil que un ratón tenga dinero. Sin contar con que no creo que se arriesgase a entrar a casa y que mi mamá lo saque a escobazos.
Me gusta creer en Papá Noel e imaginarlo viajando en su trineo tirado por renos y recorriendo en una sola noche todo el universo. Soy feliz creyendo que gracias a él ningún niño se quedará sin su regalo en Navidad, que no importa dónde viva, ni de qué trabajen sus papás, cada niño tendrá el regalo que soñó. Sé que es muy difícil, por no decir imposible, que una persona viva rodeada de duendes en el Polo Norte y tenga un taller de juguetes, que lea todas y cada una de las cartas de cada niño que hay en la tierra. Que esa persona entre por dónde pueda a casa cada y lleve en una bolsa todos los juguetes, pero a mí me gusta pensar que así es.
Me gusta creer en los reyes magos y pensar que van los tres juntitos con sus camellos volando por el cielo a hacer felices a los niños. Me gusta pensar que son reyes buenos que no ostentan ningún otro poder que no sea el de hacer feliz a la gente. Me doy cuenta que los camellos no tienen alas y no vuelan, que ya casi no quedan reyes en este mundo y los que quedan no vuelan por el cielo, pero así y todo yo creo en ellos.
Me gusta creer en los superhéroes y creer que haya personas que sólo buscan ayudar a la gente, que tienen capas y vuelan por el cielo. Personas que de día trabajan de trabajos comunes, como mi papá y de noche persiguen a los malos. Sé que esas personas solo aparecen en las películas, que ni siquiera los diarios hablan de ellas y me imagino que es porque sólo en la fantasía es posible, pero aun así yo quiero creer en ellos.
Yo creo en muchas cosas, creo en las hadas, en las brujas, en los duendes, aunque todos ellos no se dejen ver más que en los cuentos o en las películas yo creo porque necesito creer.
Soy chiquito, si no creo ahora ¿Cuándo lo haré?
Algo me dice que cuando crezca (posiblemente no sé....) algunas cosas y algunos seres se irán de mi memoria y en verdad, espero que no lo hagan de mi corazón (porque forman lo más bonito de mi niñez, de lo que ahora soy y de lo que siempre seré en mi corazón).
Me parece que cuando sea grande ya no pensaré en el Ratón Pérez, ni en Papá Noel, ni en tantas otras cosas y lo sé porque lo veo en los ojos de las personas, pero yo sé muy bien que si no llego a pensar en ellos, no quiere decir que no los pueda invocar en mi corazón y traerlos a la realidad cuando sea más grande, cuando me convierta en Papá o en Mamá (así lo haré, para su magia conservar).
Por eso, antes de perder esta hermosa capacidad y posibilidad que hoy tengo, yo elijo creer porque soy chiquito y porque lo necesito, porque creyendo soy más feliz, porque aun cuando crezca grande y fuerte, mi corazón de niño que conservaré....nunca nunca dejará de creer.
miércoles, 15 de noviembre de 2017
miércoles, 8 de noviembre de 2017
miércoles, 4 de octubre de 2017
jueves, 21 de septiembre de 2017
¡Viene el Lobo!
Erase una vez un pastorcillo que cuidaba las ovejas de todo el pueblo. Algunos días era agradable permanecer en las colinas y el tiempo pasaba muy de prisa. Otros, el muchacho se aburría; no había nada que hacer salvo mirar cómo pastaban las ovejas de la mañana a la noche.
Un día decidió divertirse y se subió sobre un risco que dominaba el pueblo.
-¡Socorro! -gritó lo más fuerte que pudo- ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
En cuanto los del pueblo oyeron los gritos del pastorcillo, salieron de sus casas y subieron corriendo a la colina para ayudarle a ahuyentar al lobo… y lo encontraron desternillándose de risa por la broma que les había gastado. Enfadados, regresaron al pueblo y el chico, todavía riendo, volvió de nuevo a apacentar las ovejas.
Una semana más tarde, el muchacho se aburría de nuevo y subió al risco y gritó:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Otra vez los del pueblo corrieron hasta la colina para ayudarle. De nuevo lo encontraron riéndose de verles tan colorados y se enfadaron mucho, pero lo único que podían hacer era soltarle una regañina.
Tres semanas después el muchacho les gastó exactamente la misma broma, y otra vez un mes después, y de nuevo al cabo de unas pocas semanas.
-¡Socorro! -gritaba- ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Los buenos vecinos siempre se encontraban al pastorcillo riéndose a carcajada limpia por la broma que les había gastado.
Pero… un día de invierno, a la caída de la tarde, mientras el muchacho reunía las ovejas para regresar con ellas a casa, un lobo de verdad se acercó acechando al rebaño.
El pastorcillo se quedó aterrado. El lobo parecía enorme a la luz del crepúsculo y el chico sólo tenía su cayado para defenderse. Corrió hasta el risco y gritó:
-¡Socorro! ¡Que viene el lobo y devora las ovejas!
Pero nadie en el pueblo salió para ayudar al muchacho, porque nadie cree a un mentiroso, aunque alguna vez diga la verdad.
-Nos ha gastado la misma broma demasiadas veces -dijeron todos- Si hay un lobo esta vez, tendrá que comerse al muchacho.
-Otros decían: ¿por qué no vamos a ayudarlo? puede que esta vez sí sea real...y acudieron en su ayuda.
Encontraron al pobre pastorcillo debajo de un arbol, asustado y las ovejas todas desperdigadas en el campo, los lobos no habían podido atrapar a una sola y en esta ocasión el dicho dle Pastor sí era real!!!
Desde entonces el Pastorcillo,comprendióla importancia de decir la verdad y no engañar a las personas (ni con cosas importantes ni con cosas habituales), porque eso genera desconfianza y cuando realmente necesitas ayuda, al no haber confianza en tu dicho...nadie, pero nadie,corre a tu auxilio.
Por eso no seas bromista como el pastorcillo,apégate a la verdad,esa siempre será tu mejor arma y te ayudará cuandomás lo necesites y te permitirá seruna persona confiable con tus padres,vecinos, amigos y familiares.
Los 3 deseos
Cuando Federico llegó a su casa una noche, malhumorado y refunfuñando como de costumbre, encontró a su mujer sentada en la silla de la cocina con una expresión muy rara. En el regazo tenía una carta arrugada.
-¿Qué te pasa? -preguntó él de malos modos.
-Entra y cierra la puerta, Federico. No vas a creértelo, pero he recibido una carta de las hadas. ¡Nos han concedido que expresemos tres deseos!
El cogió la carta bruscamente y la leyó despacio.
-Hemos de sacarle a esto el máximo provecho, Magda. No debemos precipitarnos. Tres deseos que pueden hacernos ricos, importantes, famosos. Pero debemos pedir lo que más nos convenga.
Magda se levantó de un salto y dijo:
-Ya tengo hecha una lista.
Mira: un palacio para mí y una corona de rey para ti. Para mí he pedido belleza, para ti larga vida. Pediremos una reina que nos haga de criada y oro y joyas… ¡He estado tan ocupada haciendo la lista que no me ha dado tiempo de preparar la cena!
Federico exclamó irritado: -¿Cómo? ¿Que no está la cena? ¿Cómo voy a tomar decisiones importantes con el estómago vacío? No creo que sea pedir mucho. ¡Qué gandula eres, Magda! ¡Ojalá hubiera algo preparado…, aunque fueran unas pocas salchichas!
Se oyó un curioso zumbido, como el batir de alas de hadas y, ¡plop!, sobre el plato de la mesa de la cocina apareció una sarta de salchichas. Federico las observó humeando en el plato y relamió sus labios.
Magda le dio con una hogaza de pan en la cabeza, gritando:
-¡Has desperdiciado un deseo! ¡Qué estúpido eres! Si hay que hacer algo, lo haré yo, qué torpe eres, Federico, me pones mala…
¡Ojalá que esas salchichas te colgaran de la punta de la nariz!
Se oyó un ruidito mágico, como de hadas cantando, y, ¡clac!, las salchichas saltaron del plato y fueron a engancharse a la punta de la nariz de Federico.
El se quedó mirando y rompió a llorar. Ambos tiraron, tiraron y tiraron de las salchichas, pero fue inútil.
-¡Hay, qué calientes están! -exclamó -¡No te muevas! Las cortaré con un -¡Deja ese cuchillo, mujer! ¡Cómo has podido hacerme esto!
Pero las salchichas estaban firmemente sujetas.
En esto, llamaron a la puerta. Federico y Magda se miraron.
-¡No vayas! ¿Quieres que todos los vecinos sepan que llevas unas salchichas pegadas en la nariz?
-¡Cómo! ¡No voy a pasarme el resto de la vida escondiéndome! ¡Ay!, ahora me doy cuenta de lo afortunado que era antes cuando tenía una nariz normal y corriente. ¡Ojalá no estuviéramos siempre peleando!
-Sí, es verdad, no sabes cuánto lo siento -dijo Magda. -No, no, la culpa no es tuya, querida. Ojalá que las hadas se hubieran guardado sus deseos y todo siguiera como antes.
-Tienes razón -sollozó Magda. Entonces se oyó un ruidito, como de hadas riéndose, y, ¡blip!, las salchichas se desprendieron de la nariz de Federico.
Federico y Magda se abrazaron, rieron y se pusieron a bailar por la cocina. Y las hadas que estaban en la puerta salieron apresuradamente a echar otra carta al correo.
El zapatero Mágico
El zapatero mágico
Era una de esas bellas tardes de verano cuando una madre le leía a su hijo uno de sus cuentos infantiles preferidos. Mientras ella hacia esto el niño jugaba con una pelota vieja y maltratada, y junto a él había otro niño que tenía una pelota mucho más grande y hermosa. Al ver eso el pequeño le dijo a su madre:
– Mamita mía, yo quiero una pelota tan bella como lo de ese niño.
– Mi amor, ya tú tienes una pelota – respondió la madre un poco triste.
– Lo sé mamá, pero es que mira que bella es, yo quiero una tan linda y grande como esa –dijo el niño tratando de convencer a su mamá.
La madre tratando de convencer a su hijo de que no había necesidad de eso le dijo:
– Pero… con tu pelota puedes jugar al igual que lo hace cualquiera. Que sea nueva no la hace diferente, aquí lo más importante es que tengas amigos para poder jugar con ellos. ¿Te has preguntado por qué, a pesar de que su pelota es nueva y hermosa, el niño juega solo mientras que tú con la vieja y usada juegas con muchos niños?
Al escuchar esas palabras de la madre el niño le dijo:
– Tienes toda la razón mamá.
– Ay mi niño, en la vida no necesitas tener muchas cosas nuevas para ser feliz. Los cuentos infantiles que tanto te gustan lo que nos enseñan es que lo más importante y lo que realmente vale son los sentimientos, los amigos que tengas y que te acompañen en todo momento, – le dijo la madre en un tono muy dulce. De hecho te voy a contar otro cuento que te hará comprender mejor.
Una vez, en un bosque muy precioso, vivió un zapatero anciano. El confeccionaba unos zapatos muy lindos y como ayudantes tenía a todos los animalitos del bosque. Ellos le llevaban todos los materiales preciosos que empleaba para hacer los zapatos.
Sus zapatos no solo se caracterizaban por ser muy lindos sino que tenían la propiedad de que si un niño cojo se los ponía, volvía a caminar. Por estas cualidades el anciano era conocido como el zapatero mágico. Muchas se sentían atraídos por el misterio y le preguntaban cómo hacía para lograr esos milagros, pero él no sabía que contestarle.
Una mañana, llegó una carta de palacio a la casa del zapatero. En la misma el Rey le pedía al zapatero que fuese rápidamente a palacio a fabricarle unos zapaticos a su hija, la pequeña princesa, que no podía caminar. El Rey buscaba un milagro pues ya muchos médicos la habían visto y nadie había conseguido ponerla de pie.
El anciano acepto la petición y se trasladó al palacio donde comenzó a confeccionar unos bellos zapaticos a la joven princesa que aún no podía caminar y que nada ni nadie lo había logrado hasta el momento. Los zapatos quedaron bellos, hechos con material que habían sido especialmente traídos por el Rey. Al terminar, rápido corrieron a ponérselos, todos esperaban atentos a que la princesa comenzara a caminar, pero que decepción tan grande, no lo logró.
Con la cabeza baja, regresó a su casa en el bosque, y al llegar se encontró que sus amiguitos los pajaritos le habían llevado unos pétalos rojos muy suaves. En eses momento el zapatero mágico volvió a intentarlo e hizo unos nuevos zapatos para la princesita.
Cuando amaneció el anciano envió los zapatos a palacio con una nota muy tierna que decía:
“Una princesa tan hermosa como tú necesita los zapatos más bellos del mundo, con todo el amor que puedas recibir”.
Días después el zapatero recibió la noticia de que la niña había vuelto a caminar. En agradecimiento a todo el trabajo y al gran milagro que había logrado, el Rey le ofreció todos los materiales y los recursos que necesitara para elaborar sus zapatos.
El anciano no aceptó nada porque ya había tratado con esos materiales una vez, en palacio, y para nada había resultado. Él adoraba seguir trabajando con sus amigos, los animalitos del bosque, además para él no existía mayor regalo y recompensa que aquella de poder ver caminado de nuevo a tantos niños.
Fue así como el Rey se pudo dar cuenta de que la magia no estaba en las herramientas ni en los materiales que empleaba para fabricar sus zapatos, sino en todo el amor que era capaz de brindar y en esa bondad con que hacia los zapatos solo para poder volver a ver a un niño caminar.
¿Qué nos enseña este cuento con moraleja?
La principal moraleja de este cuento es que las cosas no dan la felicidad y que el éxito y la satisfacción personal no está totalmente relacionado con el dinero.
La felicidad no se logra mediante la adquisición de cosas materiales, sino que se obtiene del amor que ofrecemos y que nos es ofrecido. Una cosa, por ser más bonita y más nueva, no tiene porque tener más valor para nosotros: lo que realmente importa son los sentimientos, la amistad, la familia y la bondad. ¡Recuerda que muchas de las mejores cosas de la vida son gratis!
miércoles, 6 de septiembre de 2017
miércoles, 30 de agosto de 2017
La Paloma y la Hormiga
Un bonito día de primavera, cuando ya el sol iba cayendo en un caluroso atardecer, una blanca paloma se acercó a la fuente del río para beber de su cristalina y fresca agua. Necesitaba calmar la sed despúes de estar todo el día volando de acá para allá. Mientras bebía en la fuente, la paloma oyó unos lamentos.
-¡Socorro! -decía la débil voz-. Por favor, ayúdeme a salir o moriré.
La paloma miró por todaspartes, pero no vio a nadie.
– Rápido, señora paloma, o me ahogaré.
-¡Estoy aquí, en el agua!
– se oyó.
La paloma pudo ver entonces una pequeña hormiga metida en el río.
– No te preocupes- dijo la paloma-, ahora te ayudaré a salir del agua.
La paloma cogío rápidamente una ramita y se la acercó a la hormiga para que pudiera salir del agua. La pobre estaba agotada, un poco más y no lo cuenta. Quedó muy agradecida.
Poco después, mientras la hormiguita se secaba las ropas al sol, vio a un cazador que se disponía a disparar su escopeta contra la paloma. La hormiga reaccionó con rapidez, ¡tenía que impedir como fuese que el cazador disparase a su salvadora!
Y no se le ocurrió otra cosa que picarle en el pie, El cazador, al sentir el pinchazo , dio un brinco y soltó el arma de las manos.
La paloma se dio cuenta entonces de la presencia del cazador y alzó rápidamente el vuelo para elejarse de allí.
¡ Qué bien que la hormiguita estuviese ahí para ayudarla!
Cuando pasó el peligro, la paloma fue en busca de la hormiga para agradecerle lo que había hecho por ella.
Ambas se sentían muy contentas de haberse ayudado, pues eso las uniría para siempre. La paloma y la hormiga supieron entonces que su amistad duraría ya toda la vida.
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