miércoles, 22 de noviembre de 2017

La Cueva de los Ogros

Asterio se extravió en el bosque y como lo sorprendió la noche, temió ser atacado por los animales y buscó refugio. Vio una pequeña luz y guiada por ella llegó a la entrada de una cueva. Entró. Cuando caminó un trecho una voz de trueno le preguntó quién era y qué buscaba.
—Soy Asterio, me he perdido en el bosque, busco amparo y algo de comer. ¡Tengo tanta hambre!
—Aquí los animales no te atacarán, hay abundante comida, pero llegaste al lugar donde el que entra no sale. ¿Te arriesgas sabiendo lo que te espera?
Aterrado retrocedió, sin embargo, unos maullidos y rugidos desde afuera lo hicieron detenerse.
—Ellos te descuartizarán en un segundo. ¿Insistes en marcharte?
Mudo por el miedo, el niño no habló y avanzó unos pasos. Un pánico espeluznante le recorrió el cuerpo cuando escuchó más de cerca los rugidos y los maullidos, también unos pasos que hacían temblar el suelo. Vio frente a él un ogro y se quedó paralizado.
— ¡Ah! pero si es un niño que imita voz de hombre. ¿Acaso eres tan valiente como para entrar aquí? ¿No sabes quién soy ni por qué me llaman El Furioso? Pues soy el ogro más temible de la tierra y me llaman así porque de cualquier cosa me irrito y pobre del causante de mi ira. Esos maullidos y rugidos son de mis guardianes, no sé cómo te las arreglaste para llegar hasta aquí y que ellos no te hayan atrapado, me parece que eres listo. ¿Así que tienes hambre y quieres buscar dónde pasar la noche?
Asterio no le contestó, pero pensó en lo que había oído de que los ogros se alimentaban de carne humana. Advirtió como éste se alejó, y regresó al momento con un plato enorme repleto de comida. Le dijo que comiera hasta saciar su apetito y le mostró unas colchas para que se cubriera pues esa noche haría mucho frío. Luego se fue.
El niño, no se atrevió a probar bocado, se acostó y se envolvió con las colchas aunque en ese momento no sentía el menor frío. Unos pasos hicieron que se destapara el rostro y vio al ogro venir.
—No me gusta que desprecien mi cena. Come y ahora —le mandó.
Entonces comió algunos bocados.
—Come más, el que vive aquí tiene que estar corpulento para que pueda hacer lo que le ordene. ¿Entendiste?
Comió unos cuantos bocados más, se sintió repleto y se disculpó, luego de haber elogiado la comida. Tal parece que sus palabras gustaron al ogro pues se echó a reír y le trajo un poco de agua. Después se acostó cerca de él y le advirtió que al amanecer no intentara tratar de irse. Enseguida comenzó a roncar de una manera tan estruendosa que Asterio sintió aún más temor. A la media noche, el ogro dejó de roncar y el niño concilió el sueño. Se despertó tarde en la mañana y vio al ogro a su lado.
—Has dormido como un lirón, mejor así, desayúnate que después te diré lo que tienes que hacer…
—No tengo hambre.
— Aquí soy yo quien decide si se come o no. Ahora digo que lo hagas —le gritó—.No me gusta que me contradigan.
Obedeció y comió lo suficiente con tal de no molestarlo. El ogro le pidió que lo siguiera y a la luz de una vela caminaron por la gigantesca cueva. El ogro se detuvo y le mostró unos leños. Le dijo que debía colocarlos cerca de un fogón donde había unas ollas enormes y tiznadas. Después agregó:
— Cuando acabes de colocar la leña, friega esas vasijas, déjalas lo más reluciente que puedas y pela esas viandas que son para el almuerzo.
Asterio se preguntó si podría hacer tantas cosas y si sus fuerzas le darían para lograrlo. Se arrepintió de haber desobedecido a sus padres, que en esos momentos bien preocupados estarían por él.
Comenzó a trasladar la leña hasta cerca del fogón y a media labor se sintió desfallecer, miró aquellas vasijas manchadas y se preguntó cómo limpiarlas. Nunca en su casa había pelado viandas, pues su madre se encargaba junto con su abuela de esas faenas…
— ¿Por qué estás parado sin hacer lo que te dije? —. Le gritó iracundo el ogro.
—Ahora mismo lo haré —y continuó transportando la leña. Cuando terminó, comenzó a limpiar las ollas y vio al ogro marcharse rumbo a la entrada de la cueva, se sintió cansado y se sentó en una piedra que vio cerca.
—Levántate que si él te ve sentado se pondrá más furioso y la emprenderá a golpes contigo, has como que estás limpiando las vasijas, yo te ayudaré…—le dijo un hombrecillo tan pequeño como su brazo y se le subió encima, luego sacó de uno de sus bolsillos un estropajo diminuto y dijo algunas palabras enredadas y como movido por un resorte el estropajo comenzó a deshollinar las ollas hasta dejarlas resplandecientes.
Asterio asombrado, se quedó quieto. El hombrecito lo sacudió por los hombros y le dijo que hiciera como que estaba trabajando por si regresaba el ogro.
—Ahora pelaremos las viandas, o mejor dicho, mandaré a pelarlas porque ni tú ni yo podríamos, este cuchillo lo hará —y sacó uno pequeño y lo colocó encima de una patata, a los pocos minutos todas las viandas estuvieron listas para ser cocinadas. Se oyeron unos pasos y el hombrecito desapareció.
— ¿Cómo pudiste lograrlo? Pensé que no podrías, solo quise probarte, eres… No sé ni lo que eres, me has dejado pasmado. ¿Cómo lo hiciste? ¡Mira esas ollas! así es como me gusta verlas, y las viandas… no, no puede ser, eres tan pequeño, no debí hacerte trabajar tanto… ¿Por qué me miras así? ¿Acaso porque soy un ogro no tengo sensibilidad? Pues te equivocas, no me alimento como se dice por ahí. Creo que soy un ogro distinto a los demás. A mí lo que no me gusta es que me contradigan. Ven, siéntate aquí en esta mesa, quiero hacerte algunas preguntas y si las respondes acertadamente te dejo ir. Asterio conmovido por esas palabras tomó confianza, se encaramó en la mesa y le dijo que se las respondería si él también le contestaba las que le hiciera.
—Eres atrevido, niño, aquí quien pone las leyes soy yo, pero está bien. ¿Qué podrías preguntarme que no pudiera contestarte?
— ¡Quien sabe! Soy bastante habilidoso, según dice mi mamá —dijo y lanzó una carcajada tan sonora que hizo reír al ogro.
—Comienzo yo, te advierto que no quiero trampas. A ver. ¿Cuántas estrellas hay en el cielo esta noche? —preguntó el ogro.
Asterio le respondió con otra pregunta.
— ¿Cuántos granos de arenas hay en el mar?
—Si aún no has contestado a mi pregunta —se quejó el ogro.
—Es cierto. Pero conteste usted primero y al momento le contesto yo. Es más, a cambio, usted me hace seis preguntas y yo a usted dos. Me llevará ventaja… ¡Conteste!
El ogro se quedó pensando que si era así, valdría la pena contestar primero y le pidió que le repitiera la pregunta.
— ¿Que cuántos granos de arena hay en el mar?
El ogro abrió los ojos desmesuradamente y se rascó la cabeza, dio unos pasos y sus pisadas retumbaron como truenos en una noche de tormenta. Pensó y pensó hasta que finalmente dijo:
— ¿Acaso te has vuelto loco? Eso no lo sabe nadie.
—No dé una respuesta apresurada. Piense, piense, que toda pregunta tiene una respuesta, yo espero…—.Se puso a comer unas cerezas y a amontonar las semillas.
Al cabo de una hora el ogro cansado de tanto cavilar volvió a decir que eso no lo sabía nadie.
— ¿Está usted seguro? Cavile, no estoy apurado… —. Comió unos mamoncillos y también amontonó las semillas.
Llegó la tarde y el ogro sintió hambre y pidió un receso para hacer la comida y junto con el niño puso a hervir las viandas. Cuando estuvieron salcochadas comieron y el pequeño le volvió a hacer la pregunta. El ogro daba paseos cortos de un lado a otro mientras él mismo se preguntaba que cuantos granos de arenas había en el mar. Así lo sorprendió la media noche, sintió sueño y le propuso al niño aplazar el caso, sin embargo, este que casi nunca sentía deseos de dormir se opuso.
—Aquí el que manda soy yo, esta es mi cueva.
—Pero ahora aquí quién hice la pregunta soy yo y si no me contesta…
—Ya sé cómo es el trato, a ver, ¿por qué no me respondes cuantas estrellas hay en el cielo? —dijo el ogro que ya comenzaba a sentir simpatía por el niño y temía tener que dejarlo marchar porque eso sí, era un ogro que cumplía con lo que prometía.
Asterio se quedó reflexionando y colocó encima de la mesa las semillas de cereza en un lado y las de mamoncillo en el otro y dijo:
—Supongamos que estas son las estrellas —y señaló las semillas de cerezas y aquellas— y tocó las de mamoncillo— los granos de arenas que hay en el mar. Usted me preguntó primero, ¿no es cierto?
—Sí, es cierto —dijo el ogro entre bostezos —. ¿Y qué?
— ¿Qué le parece si contesto yo ahora? — le propuso.
—Pues contesta, que estoy muerto de sueño.
— ¿Está usted seguro que desea que yo conteste primero?
—Sí —le respondió el ogro.
—Como ya es tarde, hagámonos una sola pregunta. ¿Acepta?
—Acepto muchacho, ahora dime, ¿cuántas estrellas hay en el cielo?
—Hagámonos de cuenta que esta mesa es el cielo y hagámonos de cuenta que también es el mar. ¿Qué le parece?
—Está bien, puede mirarse de ese modo —dijo el ogro gustándole las suposiciones del niño y rió a carcajadas de las muecas y movimientos que este realizaba.
—Pues mire usted, este es el cielo, nuestro cielo, porque es de todos —escondió las semillas de mamoncillo y regó las de cerezas por la mesa, pero ocultó una, diciendo que era la que más valor tenía y como era tan elevada la cantidad, no se diría, solo se supondría. Inmediatamente sacó unos cálculos matemáticos tan complicados que el ogro abrió excesivamente los ojos y dijo que nunca había visto a nadie contar rápidamente cantidades tan elevadas. Asterio cambió de posición las semillas una y otra vez. Cuando las volvió a colocar en el lugar anterior dijo una suma superior hasta que sacó la semilla que supuestamente era la de más cuantía y dijo que ella era la suma que faltaba para completar la cifra exacta de las estrellas que existían en el cielo. Que habría que deducirlo.
— ¿Por fin cuantas estrellas hay en el firmamento? —preguntó el ogro casi dormido y Asterio comenzó a contar las semillas de un modo tan complicado que el ogro de tanto oírlo se quedó totalmente dormido y en sueños comenzó a repetir cifras y cifras. Ya en el amanecer, Asterio lo despertó haciéndole la pregunta que le correspondía contestar.
—Es que no sé niño, tengo hambre…
—Ya está listo el desayuno, cuando termine de comer, tiene que contestar.
— ¿Y quién hizo el desayuno?
—Yo, apenas dormí para cuando usted despertara, tenerlo preparado, coma y dígame si le gusta, ya yo desayuné —y miró con picardía para un rincón donde se encontraba escondido el hombrecito que lo había ayudado, mejor dicho, quien lo hizo.
Cuando el ogro acabó de desayunar, Asterio colocó las semillas de mamoncillo en la mesa y dijo que eran los granos de arenas del mar e hizo la misma operación que con las semillas de cereza y le preguntó al ogro que si por fin podría contestar la pregunta, pero el ogro se confundía con las cifras y acabó diciendo que se daba por vencido ya que no entendía muy bien las matemáticas.
—Le doy otra oportunidad, puedo ayudarlo, mire esta semilla equivale a tres billones de granos de arena, esta otra a seis billones que hacen un total de nueve billones…Y así
Asterio fue describiendo hasta que finalmente sacó unos cálculos tan embarazosos que el ogro expresó que le dolía tanto la cabeza como si se le fuera a estallar, cargó al niño y dijo:
— ¡Ganaste! Hubiera querido que no pudieras contestar, así te tendrías que quedar para siempre aquí, me diviertes mucho y estoy tan solo, sin embargo, una promesa es una promesa y se cumple, puedes irte y regresar cada vez que quieras. Eres muy inteligente, no sé cómo, pero burlaste a mis guardianes. Te llevaré afuera y te los presentaré para que te dejen hacerlo cuando regreses, por que regresaras. ¿Verdad?
—Sí volveré —dijo con nostalgia pues le había tomado cariño al ogro, que solo tenía tamaño, pero le faltaba inteligencia aunque le sobraba sentimientos buenos y se sintió un tanto avergonzado de las trampas que le había hecho, pero pensó en su familia para sentirse menos culpable porque sabiendo cómo estarían buscándolo, tuvo que valerse de esas artimañas con tal de que el ogro lo dejara ir.
A punto de marcharse, el ogro le regaló una piedra brillante de la cueva como recuerdo por si no volvía otra vez y Asterio le vio en sus ojos un brillo como de lágrimas y se echó a correr para no llorar también.
Al cabo de un tiempo regresó y lo encontró jugando con las semillas de cereza y mamoncillo repitiendo una y otra vez: Estas son las estrellas y estas son los granos de arenas del mar.
—Aquí estoy amigo, vine a verte… —pero el demente ogro siguió repitiendo lo mismo una y otra vez.
Asterio lloró al lado de él que lo sentó en la mesa para verlo mejor. El hombrecito se le encaramó encima y le preguntó si quería que hiciera algo para que recuperara la mente.
—Claro que sí, lo quiero lúcido —y vio como el otro preparaba una poción.
—Trata de darle a beber esta pócima que solo está hecha para ogros, si se la llega a tragar, sanará.
Y Asterio como si el ogro fuera su padre, con mimo lo hizo beber esa pócima. El hombrecito le dijo entonces que dormiría por espacio de una semana y cuando despertara, estaría bien.
—Tengo que irme, mis padres me esperan, vendré después —y se marchó.
Cuando transcurrió una semana regresó y despertó al ogro quien con la mente recuperada, lo reconoció.
— ¡Volviste! Te extrañé tanto. ¿Volvemos a hacernos preguntas?
—Las que quieras… —recogió las semillas y las guardó en sus bolsillos para tenerlas de recuerdo. Luego jugaron a las adivinanzas y a los escondidos por aquella gigantesca cueva.
Asterio después se marchó. Sin embargo, se acostumbró a visitar al ogro y aquel hombrecito que solo él veía, una vez a la semana. Un día aquella diminuta personita le contó que era el antiguo dueño de esa cueva y que antes también había sido un ogro bueno. Una hechicera lo había tornado así para el resto de su vida por no haber colaborado en sus maléficos antojos y agregó:
— Como no tenía a donde ir, decidí quedarme aquí en compañía de este ogro que una vez llegó y nunca me he dejado ver de él.
— ¿Por qué? —le preguntó Asterio.
—Porque si me ve, yo volvería a ser un ogro según me dijo la hechicera y ambos nos enfrentaríamos hasta uno morir y no quiero hacerle daño, soy muy poderoso, sería el vencedor y este ogro es tan bueno como yo aunque a nosotros, todos nos catalogan como malos —dijo con tristeza y se perdió en la caverna.
Asterio regresó a su casa y esa noche soñó con aquellos ogros que se habían convertido en sus amigos.

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