sábado, 6 de enero de 2018

El alcalde y la noche de Reyes


En un lindo pueblecito de un lindo país, llegaba a Navidad cargada de ilusión. Pero al nuevo alcalde, egoísta y gruñón, no le gustaba nada la Navidad y estaba dispuesto a fastidiar las fiestas a todos. Reunió a todo el pueblo en la puerta del ayuntamiento y desde el balcón proclamó la no existencia de los Reyes Magos.
¡¡Oooooohhhh!! exclamaron. Muchos se preguntaron el porqué de esa fatal noticia. El nuevo Alcalde expuso sus motivos: que nadie jamás los había visto, que era absurdo que tres camellos no hicieran ruido alguno y que si alguien tenía alguna prueba de su existencia debía aportarla.
 Manuelito dio un paso adelante y explicó que los Reyes siempre se bebían el licor y comían de los dulces que los niños les dejaban. Además los camellos se bebían toda el agua y dejaban huellas en la hierba. Todos los demás aldeanos asintieron con la cabeza murmurando.
 - ¡Tonterías que no se pueden probar!, dijo el Alcalde entre dientes. ¡Seguro que son los ratones los que se comen los dulces! ¡Desde hoy no se celebrará más el día de Reyes!
 Los niños hicieron un corrillo en el centro de la multitud y después de hablar durante unos minutos, Manuelito se dirigió al alcalde:
- Hemos decidido proponer a todo el mundo una idea para probar la existencia de los Reyes Magos. Consiste en que la noche de Reyes, antes de que caiga el sol, todos nos reunamos en la entrada del pueblo y nos ocultemos bien para poder ver llegar a los Reyes Magos.
 Y así lo hicieron todos, incluido el Alcalde gruñón. Se escondieron en los árboles, detrás de las rocas, entre los arbustos, tras las ventanas y hasta entre las ovejas dormidas del rebaño. Ya estaba entrada la noche cuando una extraña niebla blanca los envolvió y todos se quedaron dormidos. Cuando despertaron al amanecer el alcalde empezó a decir:
 - ¿Veis como no hemos visto nada? ¡Es todo una patraña!
 Pero uno de los niños dijo:
- ¡No os mováis! ¡Allí, en el camino del bosque, se ve algo!
 Efectivamente, en el camino que salía del pueblo se veían tres camellos que se movían lentamente cargados de fardos y tres figuras vestidas con capas y coronas de oro que se despedían con las manos de los aldeanos. Todos los habitantes sin excepción podían verlos porque todos creían en ellos con el corazón. Todos menos el alcalde malhumorado que no veía absolutamente nada de nada. Manuelito se acercó a él y le dijo:
- ¡Nunca los verás porque no los miras con los ojos del niño que un día fuiste!
 El alcalde se entristeció mucho y se acordó de pronto de aquellos años en los que, de niño, esperaba paciente despierto para poder ver a los Reyes y siempre se quedaba dormido. Entonces creyó recordar que sí que los vio una vez, en un sueño maravilloso que había olvidado por completo. Corrió al camino y abrió los ojos de par en par ilusionado.
 - ¡Los veo! ¡Los estoy viendo! ¡Los Reyes existen! ¡Qué equivocado estaba!
 Todos rieron de felicidad y se acercaron al alcalde, le abrazaron y volvieron juntos a sus casas para abrir sus regalos. Como siempre ha sido pasaron unas navidades estupendas, incluido el alcalde gruñón que recibió como regalo un impresionante camello, ¡de juguete, claro!

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